Actualmente han sido designadas mujeres como titulares en diversas casas de estudio, suceso que en algunas instituciones ya es algo normal, mientras que en otras representa un hito; A pesar de esto, aún falta mucho que hacer en pro de la paridad y la igualdad.

En los últimos 34 días han sido designadas, por los respectivos cuerpos colegiados, tres rectoras en otras tantas universidades públicas autónomas. Consuelo Natalia Florentini en la Universidad de Quintana Roo, Claudia Susana Gómez en la de Guanajuato y Yadira Zavala en la Unidad Azcapotzalco de la UAM. Posiblemente una que otra más en el resto del sector de la educación superior del país (instituciones privadas o públicas, como universidades tecnológicas, politécnicas, interculturales o institutos tecnológicos de la SEP). No se trata de un fenómeno nuevo. En alguna de estas instituciones sucedió por primera vez a finales de los ochenta, como fue el caso de la UAM-Azcapotzalco, para luego, casi de inmediato, normalizarse con tres más que han asumido esa titularidad. Empero, en las otras dos ya mencionadas (Guanajuato y Quintana Roo) se trata de una designación histórica, como ha sucedido recientemente en otras instituciones prestigiadas, como el IPN, El Colegio de México y la Universidad de Puebla.
Aquella frase o consigna tan difundida por Hilary Clinton, “romper el techo de cristal”, para referirse a la ocupación de espacios antes reservados al género masculino, pareciera tener un impulso singular y sorprendente en el México de nuestros días, extraño, inclusive en el mundo actual. Así, la titularidad de la Suprema Corte de Justicia, las presidencias de ambas Cámaras en el Congreso de la Unión, el Banco de México y, de pilón, dos candidatas a la presidencia de la República. Todas estas posiciones parecen constituir un caso único. Lo que no había sucedido antes, ahora se agolpa y visualiza como un signo positivo de avance social en el país.
El fenómeno no se reduce sólo a los espacios del poder, del poder político que es muy vistoso. Tiene que ver o se relaciona con muchos otros ámbitos. Aquí interesaría hacer una referencia de la educación a los espacios de la educación, la ciencia y la tecnología. La renombrada académica (Universidad de Nayarit, profesora emérita) e investigadora (SNI III), Lourdes Pacheco, ha dedicado buena parte de su trayectoria a esa temática específica. Uno de sus libros, Sexo en la ciencia (2010), se ha convertido en un clásico en torno a que, por igual, se refiere a dos grandes temas: al poder y a la producción o generación del conocimiento. En esas páginas se aborda el asunto de la ausencia de mujeres en el sistema científico-tecnológico de México, pero también a lo que ella denomina el “orden epistémico patriarcal”, el conocimiento producido y reconocido sólo por los hombres.
Permítaseme, por su importancia, una digresión esclarecedora. Aunque el libro salió a la luz en 2010, el tema es profundamente actual en este 2023 en que se cumplen 70 años del artículo publicado en Nature, y que cambió buena parte de los paradigmas establecidos hasta entonces. Pero con ello, también se conmemora el aniversario 61 del premio Nobel otorgado a James Watson y Francis Crick por haber difundido la estructura de la doble hélice del ADN. Esto constituyó un descubrimiento fundamental para buena parte de los trabajos e innovaciones que todavía en este momento se desarrollan en el campo de las ciencias biológicas y humanas. La efeméride ha servido, afortunadamente, para poner de relieve a quien históricamente debió haber sido reconocida en su tiempo como la tercera responsable por ese hallazgo, Katherine Franklin.
Las ideas básicas del Sexo en la ciencia reaparecen en una obra reciente de la Dra. Pacheco. Se trata de Por qué no hay rectoras en México (2019). Allí se refiere una investigación realizada en seis universidades públicas, perteneciente a la región Centro-Occidente de la ANUIES, a partir de preguntarse: “cómo son los liderazgos al interior de las universidades y cómo se construyen”. Para ello, se recabó y analizó la información que “permite saber cuáles son los obstáculos que enfrentan las mujeres para acceder al poder”. La autora concluye con lo que, como una conjetura, era previsible desde el inicio: “no hay rectoras en México porque el poder en general es un poder masculino”.
Dicha frase es el resumen de la primera y única experiencia de la autora en las lides del poder. Como lo refiere en una conferencia (“Historias de vida exitosa”, disponible en YouTube), aspiró a ser rectora en su universidad años atrás y perdió. El descalabro fue ejemplar, no ganó porque se dio cuenta de lo que fue elemental para ella desde entonces: “las mujeres no tienen acceso al poder en México”. Cuatro años después de publicado el libro pareciera que concitó una rebelión ante la realidad denunciada: vertiginosamente las cosas han cambiado o se ha acelerado ya dicho cambio.
Esas nuevas realidades se pusieron de manifiesto hace dos semanas cuando se verificó el “Segundo encuentro de rectoras y directoras de instituciones de educación superior”. Convocado para tres propósitos principales (promover la igualdad de género, reflexionar sobre los desafíos propios del sector y la gestión académica, así como discutir en torno a temas esenciales para el fortalecimiento de las IES en el país), el evento congregó a seis decenas de autoridades universitarias y analistas, todas mujeres. Allí se mencionan los avances habidos en diez años en la causa de las mujeres en los campos de educación, ciencia y tecnología, algunos de ellos reflejados de modo muy positivo en la Ley General de Educación Superior, promulgada en 2021.
El Encuentro también sirvió para conocer las realidades actuales en estos campos. Algunos, como botón de muestra muy relevantes serían los siguientes: a) 35 por ciento de mujeres ocupan puestos directivos en esos tres sectores. De manera muy representativa, dentro de la ANUIES, organización que cuenta con 211 instituciones afiliadas, 65 ocupan la posición de rectoras o directoras generales de otras tantas instituciones; b) entre 2011 y 2021, la parte de investigadoras del SNI sólo se incrementó en un 4.5 por ciento. En el nivel I, su presencia se reduce a un 38 por ciento; c) la brecha salarial entre dirigentes masculinos y femeninos en esos sectores significa un 22 por ciento menos para las mujeres.
No obstante los avances habidos en la década, la disparidad y la inequidad continúan siendo una realidad para el avance de las mujeres en esos tres campos. Se debería ir más rápido, como lo declararon varias de las asistentes al Encuentro. Tal como lo resume la rectora de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, Tania Rodríguez Mora: se trata de ir adelante, “es un proceso que vamos a seguir viendo y en los años por venir más mujeres accederán a estos lugares, y tendrá que venir acompañado de identificar prácticas, arreglos institucionales y normas que se construyan para tener sociedades más igualitarias, democráticas y libres para todos” (Nelly Toche, El Economista, 14 de septiembre).
Conclusión: existen todavía muchos techos de cristal indemnes o sólo rayados. Se requiere de políticas públicas e institucionales, acompañadas de las acciones correspondientes que permitan avanzar en su “rompimiento”.
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