Las ideas son universales, pero la forma de expresarlas es única, de ahí que la copia textual sea un crimen imperfecto

En el Diccionario latino-español, español-latino (Biblograf, Barcelona, 1973, décima edición) se define el término plaga como “red para cazar o trampa” y en su tercera acepción como “golpe, herida, lesión o llaga”, y también como “calamidad”, pues una “plaga” causa “un grave perjuicio a uno o perjudica gravemente a algo”. Por otra parte, el sustantivo plagiarius define al “ladrón de esclavos o al que compra o vende a un hombre libre como esclavo”. Siendo así, los sustantivos en español “plaga” y “plagio”, además de “plagiario”, posen la misma etimología.
Joan Corominas, en su Breve diccionario etimológico de la lengua castellana (Gredos, Madrid, 1973, tercera edición muy revisada y mejorada), documenta la introducción al castellano, hacia 1882, de la acepción “plagio” como “apropiación de conceptos ajenos”, del latín plagium, y éste del griego plágios, con el significado de “trapacero, engañoso”. Y de ahí el verbo derivado “plagiar”, del latín plagiare: literalmente, “robar”.
Del robo de esclavos se pasó al robo intelectual, y aunque hoy el verbo “plagiar” y el adjetivo y sustantivo “plagiario” son americanismos que se utilizan para referirse al “secuestro de personas” (“secuestrar”) y a quien comete este delito (“secuestrador”), cuyos propósitos son los primitivos lesionar o dañar a la “persona plagiada” en su integridad física y psicológica y en sus bienes, puesto que se exige un “rescate”, generalmente en dinero, a cambio de su libertad, no debemos olvidar que lo mismo se le roba a una persona secuestrada (mediante el pago en dinero por su libertad) que se le roba a la persona a quien se le saquean sus virtudes intelectuales y, con ello, también, su prestigio profesional, de los cuales se apropia el plagiario en lo dicho o lo escrito, apoderándose de ellos y haciéndolos suyos, ¡firmándolos!, sin reconocer el legítimo crédito autoral.
En su Breve diccionario etimológico de la lengua española (El Colegio de México/Fondo de Cultura Económica, México, 1996, quinta reimpresión), Guido Gómez de Silva precisa que el sustantivo plagio, del latín plagium, es la “acción de copiar en lo sustancial obras ajenas dándolas como propias”, y agrega que de la misma familia es el término “llaga” porque, para decirlo pronto, el plagio intelectual hace llaga y deja cicatriz.
Hace un sexenio, en enero de 2017, publiqué en estas páginas de Campus el artículo “El plagio textual: el más imperfecto de todos los crímenes”. Hoy quiero regresar (autoplagiándome) a algo de lo que escribí entonces y que parece que lo hice hace apenas un momento, mientras simplemente lo copio, lo pego y le doy una lamida de gato.
El plagio textual podría ser el más alto homenaje que recibe un autor, de no ser porque se trata, literalmente, de un robo. Ante un texto admirable (que deslumbra, que seduce, que arroba), ¿quién no ha sentido el deseo de ser él mismo su autor? Por eso los adolescentes enamorados copian poemas enteros de Neruda o de Sabines, o saquean sus versos, y se los entregan a las chicas que desean enamorar, sin decirles que ellos únicamente son los copistas, los transcriptores. A estos muchachos se les puede acusar de holgazanes, ya que no se esforzaron en escribir algo propio, pero lo cierto es que (como lectores) no tienen un pelo de tontos: saben que no podrían igualar el poema o los versos que les gustan, y temen no tener éxito en su empresa de conquista si le llevan a su chica unas muy malas líneas propias.No les falta razón; les falta honradez. Mienten y hurtan para lograr su objetivo, al cabo que Neruda y Sabines no lo sabrán jamás.
Hay que precisar que, en la literatura, una cosa es el plagio textual, el robo innegable palabra por palabra, y otra muy distinta la imitación de recursos, técnicas o procedimientos propios del estilo de un autor. Lo que protege el derecho de autor no son las técnicas y ni siquiera las ideas, sino las formas específicas de expresar esas ideas: la concreción de un objeto verbal único y propio. En su indispensable libro Derechos de autor para autores (Fondo de Cultura Económica, México, 2004), José Luis Caballero Leal precisa lo siguiente: “El derecho de autor no ampara las ideas, sino únicamente las creaciones formales, que sólo deben satisfacer el requisito de originalidad, como una condición necesaria para su protección”.
Hurto del prestigio
Las ideas son universales, pero la forma de expresar esas ideas es única para cada autor, y a esto se le llama originalidad. Por ello, el plagio textual es el más imperfecto de todos los crímenes. No hay modo de que dos autores escriban exactamente un mismo párrafo con las mismas, idénticas, palabras, idénticos signos, idéntica disposición (¡las mismas faltas de ortografía!) y el mismo propósito. Es más fácil sacarse la lotería.
En España, en marzo de 2017, el rector de la Universidad Rey Juan Carlos, de Madrid, doctor Fernando Suárez Bilbao, renunció a su puesto por ser exhibido como plagiario. ¿Qué lo llevó a plagiar hasta catorce publicaciones? Se exhibieron las copias textuales dentro de sus escritos, y él negó todo, aun frente a las evidencias, como es frecuente entre plagiarios y ladrones; pero tuvo que renunciar a su alto cargo.
El doctor Suárez Bilbao vio en las acusaciones, según dijo, “difamación y acoso”, y alegó no ser culpable del delito de robo porque no obtuvo “rendimiento económico” ninguno con los textos plagiados. ¡Vaya desfachatez, y vaya tan tremenda ignorancia!, pues hace más de cuatro décadas, en El ABC del derecho de autor, la Unesco definió del siguiente modo lo que corresponde: “El derecho de autor se basa en la premisa de que no existe forma alguna de propiedad tan legítima como la propiedad sobre las creaciones del espíritu. El derecho de autor equivale a afirmar, en el plano jurídico, que los escritores y autores tienen derecho a la propiedad sobre sus obras. [Las cursivas son mías.]
Todo plagio textual es un robo, incluso si no hubiese, aparentemente, ánimo de lucro. La ganancia, la utilidad o el provecho pueden darse en especie: sobre todo, el “prestigio” que suele traducirse en cargos, altos nombramientos, elevados puestos o, en otras palabras, supremacía y preeminencia inmerecidas, lo que también conduce, y esto es innegable, al dinero, a recompensa crematística.
Por ello, el ex rector de la Universidad Rey Juan Carlos fingió ingenuidad cuando alegó no ser culpable del delito de robo porque no obtuvo dinero con ello. Obviamente él sabe que esto no es cierto: si llegó a rector de la Universidad Rey Juan Carlos, de Madrid, es porque, entre otras cosas, sus publicaciones, sus escritos dados al público (entre los cuales hurtó catorce) le dieron prestigio, preeminencia, respeto y, para acabar pronto, la propia Rectoría de la universidad mencionada, que se tradujo obviamente en buena reputación, fama, influencia, autoridad, crédito y altas recompensas pecuniarias como consecuencia de sus robos intelectuales.
Pasando a México, donde la plaga del plagio escala hasta las más altas esferas ¡del derecho!, lo vergonzoso, lo imperdonable es que una universidad como la UNAM, de las más prestigiadas en América Latina, no contemple, en sus estatutos, un castigo ejemplar e imprescriptible para el robo intelectual. Bueno, ni para el robo de bienes físicos, ya que ha sido incapaz, en más de dos décadas, de recuperar un auditorio secuestrado y vandalizado.
Poeta, ensayista, editor, divulgador y promotor de la lectura. Sus libros más recientes son Por una universidad lectora y otras lecturas sobre la lectura en la escuela (Laberinto, nueva edición definitiva, 2018), Las malas lenguas: Barbarismos, desbarres, palabros, redundancias, sinsentidos y demás barrabasadas (Océano, 2018), La lectura: Elogio del libro y alabanza del placer de leer (Fondo Editorial del Estado de México, tercera edición, 2018), Escribir y leer en la universidad (ANUIES, 2019), La prodigiosa vida del libro en papel: Leer y escribir en la modernidad digital (Cal y Arena/UNAM, 2020) y ¡No valga la redundancia!: Pleonasmos, redundancias, sinsentidos, anfibologías y ultracorrecciones que decimos y escribimos en español (Océano, 2021). En 2019 recibió el Reconocimiento Universitario de Fomento a la Lectura, de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.
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