La obra del autor no fue extensa, pero su impacto en el arte literario y cinematográfico es enorme

Pedro Páramo, piedra en la nada, silencio en el vacío… estamos muertos y si no, algún día hemos de estarlo; no obstante, no importa, esa es la tragedia humana: susurro en la eternidad.
Gabriel García Márquez, aseguraba sobre la obra de Juan Rulfo: “No son más de trescientas páginas, pero son casi tantas y creo que tan perdurables como las que conocemos de Sófocles”.
¡Sófocles, poeta trágico! La tragedia humana, es pues, el tema de este gran autor mexicano, Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, quien nació un 16 de mayo de 1917 en el icónico estado de Jalisco.
En una entrevista recogida por María Teresa Gómez, Rulfo afirmó: “Me apilaron todos los nombres de mis antepasados paternos y maternos como si fuera el vástago de un racimo de plátanos. Y aunque siento preferencia por el verbo arracimar, me hubiera gustado un nombre más sencillo. En la familia Pérez Rulfo, nunca hubo mucha paz, todos morían temprano a la edad de 33 años y todos eran asesinados por la espalda”.
“Cuando terminemos por escurrirnos sobre la tierra como un relámpago de muertos, entonces tal vez, nos llegue a todos el remedio”; escribió Juan Rulfo, en el guion de la cinta “La fórmula secreta”, la cual, según el autor, también se pudo haber llamado “Coca-Cola en la sangre”, película manufacturada en 1965. Búsquenla en YouTube, es una obra de arte.
Pues sí, para los amantes de Rulfo que lamentan la brevedad de su obra literaria y, aún no conocen la cinematográfica; les quedan gratas sorpresas en su haber cultural. Por ejemplo, en 1960 se realizó la película El despojo, basada en una idea de Rulfo, mientras que en 1964 se llevó a la pantalla grande El gallo de oro, dirigida por Roberto Gavaldón, con adaptación de Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, con la actuación estelar de un magnífico López Tarso.
En El gallo de oro, se aprecia de forma nítida lo que expresaba Rulfo en sus entrevistas: “La vida es buena, quien la hace mala es el hombre”. Y este es su gran tema: la tragedia, la desolación, la orfandad, el desasosiego, la muerte. Un botón de muestra en Pedro Páramo:
“Si yo escuchaba solamente el silencio era porque aún no estaba acostumbrado al silencio, tal vez, porque mi cabeza venía llena de ruidos y de voces. De voces, sí. Y Aquí donde el aire era escaso se oían mejor, se quedaban dentro de uno, pesadas. Me acordé de lo que me decía mi madre, allá me oirás mejor: estaré más cerca de ti y encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que, la de mi muerte”.
Huérfano, el niño Juan Rulfo vivió en un orfanato donde aprendió a deprimirse, depresión que, hasta la madurez decía que no se había logrado sacudir. Con lo anterior, aprendió, por supuesto, a vivir con la y en la soledad. Su infancia se desarrolló durante la rebelión cristera, lo que envolvió su ambiente familiar en un entorno de violencia y luto.
Sabemos que la obra literaria de Rulfo es muy breve: un libro de cuentos, El Llano en llamas (1953), y una novela: Pedro Páramo (1955), ambos los podemos encontrar en el Fondo de Cultura Económica.
Para los lectores que se preguntan qué hizo Juan Rulfo después de 1955, año en que se publicó Pedro Páramo, la respuesta es: se dedicó a la edición de libros de antropología social en el Instituto Nacional Indigenista, labor que desempeñó por más de dos décadas, tiempo en el que editó más de 230 títulos. Esa época fue la que aprovechó para hacer fotografía. De haber querido, estoy seguro de que pudo haber sido un director de cine ¡bárbaro!
¿Vieron la película Todo en todas partes al mismo tiempo? ¿No? Véanla es de esas películas difíciles pero magníficas. En el multiverso propuesto en dicha cinta, hay un universo donde los personajes son piedras en medio de la nada; donde, como en el universo de Juan Rulfo parece que siempre “está algo por suceder”.
Así son los personajes de Juan Rulfo, Pedro Páramo, la piedra en la nada, el “rencor vivo” del cual todas y todos somos hijos, lo que crea un universo de indolentes a fuerza de tragedia y abuso. Sin esperanza, muertos que andan por ahí jugando al vivo.
Aunque sabemos, y esto es la maravilla, la muerte nos iguala; no importa que entierre primero a mis adversarios, que sean gusanos, crisálidas o humanos. Todos pertenecemos al Polvo, que es a la vez Gloria y Olvido.
Entre los admiradores de Rulfo se encuentran, sólo por mencionar algunas y algunos, escritores como Mario Benedetti, José María Arguedas, Carlos Fuentes, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Günter Grass y Susan Sontag.
En 1973 cuando Borges tenía 73 años y empezaba a perder la vista, visitó nuestro país; se le entregaría el premio Alfonso Reyes (fue el primer escritor a quien se le entregó este premio). ¿Se han dado cuenta que, una de las características comunes entre personas de altos vuelos es la gratitud? Borges decía admirar mucho a Alfonso Reyes; es decir, agradecía su amistad. Son interesantes las anécdotas de los diálogos en latín que sostenían ambos autores, pero bueno… nuestro tema…
… en 1973 ocurrió -según se cuenta- un cálido encuentro entre el autor del Aleph y el de Pedro Páramo, esto fue en el mes de diciembre, cuando el argentino al encontrarse por vez primera con nuestro autor de hoy expresó:
Borges: Pero no me llame Borges y menos “maestro”, dígame, Jorge Luis.
Rulfo: ¡Qué amable! Usted dígame entonces, Juan.
Borges: Le voy a ser sincero. Me gusta más Juan que Jorge Luis, con sus cuatro letras tan breves y definitivas. La brevedad ha sido siempre una de mis predilecciones.
Rulfo: No, eso sí que no. Juan cualquiera, pero Jorge Luis, sólo Borges.
Borges: Usted tan atento como siempre. Dígame, ¿cómo ha estado últimamente?
Rulfo: ¿Yo? Pues muriéndome, muriéndome por ahí.
Borges: Entonces no le ha ido tan mal.
Rulfo: ¿Cómo así?
Borges: Imagínese, don Juan, lo desdichado que seríamos si fuéramos inmortales.
Rulfo: Sí, verdad. Después anda uno por ahí muerto haciendo como si estuviera uno vivo.
Borges: Le voy a confiar un secreto. Mi abuelo, el general, decía que no se llamaba Borges, que su nombre verdadero era otro, secreto. Sospecho que se llamaba Pedro Páramo. Yo entonces soy una reedición de lo que usted escribió sobre los de Comala.
Rulfo: Ahora sí ya me puedo morir en serio.
Grande entre los grandes, pluma nacida en el mes de mayo; lo recordamos con estos garabatos, en su natalicio, en su 106 aniversario.
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