Matilde Montoya, la primera doctora mexicana

Un día como hoy, pero de 1938, falleció esta gran mujer. de espíritu inquebrantable, que marcó un hito en la historia nacional

Montoya realizó los exámenes para obtener el título de Médico Cirujano en 1887.

A mi madre, Rocio, cimiento de mi fuerza.

Fue huérfana de padre desde una edad temprana, pero tuvo el apoyo —moral principalmente — de una madre que no supo arredrarse ante ninguna circunstancia. Atravesó por vituperios y calumnias, envidias y sinrazones propias de una época donde la mujer y un mueble eran igualmente valiosos; aún así, su espíritu inquebrantable nunca la dejo claudicar para convertirse en una de las hijas más notables de México, nos referimos por supuesto a Matilde Montoya, la primera doctora mexicana, quien falleció un día como hoy, pero de 1938.

“Hija mía, vas a estar entre jóvenes aturdidos que al verte entre ellos tratarán de hacerte el amor; prométeme que nunca aceptarás relaciones con ninguno de tus condiscípulos, porque este solo hecho te haría perder el respeto de todos los demás; piensa también que, al ponerte bajo las miradas de toda una sociedad, tu conducta debe ser verdaderamente inmaculada, para que demuestres que la ciencia no está reñida con la virtud”, fueron las palabras que doña Soledad Lafragua de Montoya, le dirigió a su hija Matilde, justo cuando estaba por empezar sus estudios de medicina.

Huérfana y con una salud endeble, Matilde se graduó de médico cirujano, el 25 de agosto de 1887, pero desde mayo de 1873 ya se había titulado de obstetra (tenía 16 años), sus estudios de medicina, los empezó pues, en 1870. Durante todos estos años, el lector se podrá imaginar la cantidad de impases, obstáculos, y fechorías que tuvo que soportar Matilde en una época donde todos los espacios públicos estaban estrictamente clausurados para las mujeres.

Según nos cuenta una de sus primeras biógrafas —la imprescindible Laureana Wright— en su libro “Mujeres notables mexicanas”, Matilde empezó sus estudios a los dos años de edad, cuando comenzó a concurrir a un colegio para recibir las primeras lecciones de educación primaria, revelando en el acto una gran capacidad, puesto que a los nueve años de estudio y once de su edad, había terminado ya su aprendizaje”.

Genio en tiempos donde la mujer halagada, era únicamente el “sexo bello”. La historia de Matilde Montoya es por demás interesante. Al año de empezar sus estudios de medicina, fallece su padre y como las desgracias nunca vienen solas, a ella se le deteriora la salud y una enfermedad en los ojos, la hace dejar los estudios y trasladarse a Cuernavaca, Morelos; donde azres de la vida, “tropezó” con una mujer de escasos recursos que estaba en peligro de muerte por complicaciones en el parto, no pudiendo pagar mayor asistencia médica, Matilde intervino salvando ambas vidas. Este hecho, marcó el regreso de Matilde a la profesionalización médica; de acuerdo con su biógrafa, gracias a la intervención del jefe político de aquella demarcación quien le pidió que ejerciera allí la obstetricia, pero como aún no contaba con ningún título, seleccionaron a un jurado que la examinara y le extendiera lo equivalente a una certificación para que así pudiese ejercer la obstetricia.

Fue en 1872 cuando Matilde Montoya regresó a la Escuela de Medicina de la ciudad capital, al año siguiente ya realizaba prácticas en el Hospital de San Andrés, donde bajo la dirección del doctor Luis Muñoz, empezó su especialidad en enfermedades exclusivas de señoras y señoritas; mientras que, con el doctor Manuel Soriano, aprendía lo concerniente a la cirugía.

Nuevamente su salud decayó, llevándola a un receso a la ciudad de Puebla, donde, restablecida su salud, empezó a ejercer la medicina, siendo mujer y doctora, sus pacientes mujeres eran abundantes; despertando con ello los celos y las envidias profesionales de médicos quienes aún no concebían la idea de que una mujer pudiese desarrollar esta profesión. Las purulentas puyas de esta bajeza la hicieron separarse de Puebla y por poco esta notable mexicana se va a graduarse de médico a Norteamérica, pero situaciones adversas se lo impidieron, por lo que continúo sus estudios en la Ciudad de México, en la Escuela Nacional de Medicina, hoy, Facultad de Medicina de nuestra máxima casa de estudios, la UNAM.

A pesar de su salud endeble, su energía física, mental y moral supo mantenerse a la altura de sus metas. Nada de “sexo débil o sexo bello”, Matilde era un mastodonte. Guapa e inteligente sí, pero también era imparable. De la adversidad sacó fortaleza, del vituperio y la calumnia, el pundonor. Así, en los días 24 y 25 de agosto de 1887, Matilde Montoya sustentó las pruebas teórico-prácticas que se exigen para obtener el título de Médico Cirujano —como dice su biógrafa, supo vencer a la envidia y dominar a la ciencia— de este modo, pudo convertirse en la primera doctora mexicana.

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