El gobierno tiene la obligación de participar en la promoción y fomento de la lectura con más que solo ideas

A la memoria de David Huerta (1949-2022), por su poesía y por su valor civil frente a tanto servilismo y genuflexión.
1. Así como la guerra es un asunto tan delicado y grave que no se puede dejar nada más en manos de los militares, de esta misma manera la política del libro es tan esencial en la formación del espíritu crítico, que no se debe dejar, así nada más, en manos del Estado, y menos aún de un gobierno autoritario. Sabemos lo que hace un gobierno autócrata (Cuba, por ejemplo) con la cultura en general: propaganda política para la formación de militantes y simpatizantes, y para la relegación y segregación de los insumisos a quienes reprime.
2. Pero el Estado, todo Estado, tiene la obligación de participar en los procesos de promoción y fomento de la lectura, y, obviamente, no sólo con ideas, sino también con recursos económicos (¡puesto que son recursos públicos!), a fin de apoyar a una sociedad civil que tiene también ideas, pero a la que le faltan recursos económicos. Dinero para hacer cultura.
3. La sociedad civil y Estado podrían, y de hecho deberían, trabajar en común en este terreno y en otros, pero ya vimos que, en esta etapa, el presidente de México y sus subordinados detentan una verdadera inquina contra los organismos no gubernamentales, estos órganos de la sociedad civil que son un logro de la participación democrática y que desean eliminar en nombre de la democracia. Como no pueden controlarlos, se dan a la tarea de “desactivarlos”. He ahí la paradoja de que llegue al poder un activista social con aura de sacralidad a quien la sociedad civil y los órganos autónomos le estorban para conseguir la divinidad unánime.
4. No hay modo de la justa coparticipación pública y civil mientras las cosas se manejen desde el poder como un avasallamiento contra los órganos independientes. Hasta con los peores gobiernos se pudo trabajar, corresponsablemente, más o menos; con tropezones, pero también con cierto respeto. Con el gobierno actual no se puede, a menos que se acepte la subordinación y la sumisión, que son las únicas formas de “colaboración” que admite.
5. Por otra parte, y es algo también de lo mismo, si hay un gobierno anticientífico es, justamente, el de hoy en México. Durante toda la pandemia el presidente insistió en sus loas a los detentes, estampitas religiosas y escapularios y en su guerra contra el cubrebocas, un artilugio simple pero necesario y utilísimo para evitar contagios de covid-19, y en ello mostró siempre su genuflexión el epidemiólogo estelar Hugo López-Gatell, que sabe más de adulaciones y caravanas al presidente, que de ciencia, con sus lisonjas desvergonzadas y sus sofismas cínicos: “La fuerza del presidente es moral, no es fuerza de contagio” y “quiero dejarlo muy en claro, las personas que fallecieron, fallecieron”. Esto prueba la verdad de un aforismo de Comte-Sponville: “Los seres humanos tienen una capacidad sorprendente para confundir sus deseos con la realidad, en lugar de comprender la realidad de sus deseos”.
6. Y más allá de que los científicos en el poder se ostenten como “científicos”, ahí está también la directora general del Conacyt (el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, ni más ni menos), la doctora María Elena Álvarez-Buylla Roces, bióloga, más ocupada en conmemorar al homófobo y matón Ernesto “Che” Guevara que en desarrollar la investigación científica. “Su recuerdo permanece”, dijo la bióloga en un tuit: sí, claro que sí: ordenó la ejecución de cientos de personas y confinó en campos de trabajos forzados a cientos de homosexuales, “para volverlos hombres”, porque un homosexual no podía representar al “hombre nuevo” en Cuba. Su recuerdo permanece, doctora Álvarez-Buylla Roces, claro que sí. Ernesto Guevara fue aquel que le escribió en una carta a su padre (al de él, no al de usted): “Tengo que confesarte, papá, que realmente me gusta matar”. Tres más de sus divisas por el que su recuerdo permanece: “Los jóvenes deben aprender a pensar y actuar como masa. Pensar como individuos es criminal”; “hay que acabar con todos los periódicos: una revolución no puede lograrse con libertad de prensa”; “para enviar hombres al pelotón de fusilamiento no es necesaria la prueba judicial. Ese procedimiento es un detalle burgués arcaico. ¡Esta es una revolución! Y un revolucionario debe ser una fría máquina de matar motivado por odio puro”. Pero la directora general del Conacyt no cita estas minucias, sino algo más efectista del “guerrillero heroico”: “Podrán morir las personas, pero sus ideas jamás”. Bueno, doctora, en esto no se equivocó el “Che”: él murió fusilado en Bolivia el 8 de octubre de 1967, pero sus ideas arriba citadas no morirán jamás: seguirán irradiando su “odio puro” tan caro y sacrosanto hasta para algunos científicos.
7. Los buenos libros siguen y seguirán siendo lo mejor para contrarrestar las supersticiones anticientíficas de los científicos “autosupercalificados”. Hay un chiste japonés muy razonable en relación con el libro: “Tal vez el libro desaparezca algún día y su tecnología ya no sirva, pero si esto ocurre es porque, seguramente, se habrá inventado algo mejor”. Hasta el momento, no se ha inventado algo mejor. Tal vez ocurra, con el tiempo, y seguramente muchos (entre ellos, yo) no alcanzaremos a ver ese invento. Lo cierto es que ese invento no es internet, ya lo hemos comprobado, sobre todo en la era pandémica. Hoy mismo la gente ya está harta del streaming en sus pantallas: el Zoom, el Teams, el Skype, el Hangouts Meet y otras plataformas más para videoconferencias han hastiado incluso a los hiperconectados. Esto en cuanto a las formas de vincularse en línea. Por lo que respecta a la lectura, debemos decir, y hay evidencias de ello, de que una es la lectura lineal y morosa que hacemos en los libros, y otra muy diferente la lectura interactiva, e hiperactiva, que hacemos en las pantallas.
8. Alberto Manguel tiene razón: deberíamos hallar un nuevo nombre que designara con exactitud la decodificación de signos y símbolos que se hace en internet, porque no equivale a la misma lectura de los libros y de los textos unitarios, y generalmente cerrados (sólo abiertos con la energía del propio lector), que hacemos en las páginas del libro físico. Es innegable que existe apropiación de conocimiento en la lectura de internet, pero no es equivalente a la apropiación de conocimiento y experiencia que hacemos en el libro físico, y aun en el e-book más básico. Un libro es un objeto unitario. No se conoce un libro por haber leído un capítulo o una síntesis. El libro es un todo que no se puede fragmentar. Internet es, en cambio, el reino del fragmento, de la síntesis, del retazo, y, hay que decirlo, en no pocos casos, de la migaja para holgazanes raquíticos de conocimiento.
9. Por el momento, la lectura tradicional, lineal, del libro como unidad, del cuento como unidad, de la novela como unidad, del poema como unidad (ya sea un haikú o Piedra de sol) no será desplazada por otras formas de lectura, pues esto ya lo puso a prueba la pandemia del covid-19, y la lectura tradicional salió invicta. Los lectores no solicitan más libros digitales que impresos: piden al almacén o a la librería el libro físico y esperan a que se los lleven a la puerta de su casa. Algo, o más bien mucho, tiene que decirnos esta experiencia.
10. La lectura y el libro tradicionales todavía tienen larga vida. La prueba del ácido es indiscutible: es el libro físico el que está salvando y salvará a la industria editorial y a las librerías y no, como se llegó a pensar, el libro digital. El libro digital es un clon del libro físico, pero, como todo clon, no es exactamente igual al original que imita y que trata de sustituir. No es que coincidamos totalmente con Arnaud Nourry, de Hachette, pero es significativo que, siendo él un editor, un partícipe de la industria del libro, haya dicho lo siguiente en una entrevista: “El e-book es un producto estúpido; es lo mismo que un libro impreso, pero electrónico; no es para nada creativo. Ha funcionado porque es hasta un 40 por ciento más barato que el de papel, pero tenía un techo [30 por ciento] y ya lo alcanzó”.
Poeta, ensayista, editor, divulgador y promotor de la lectura. Sus libros más recientes son Por una universidad lectora y otras lecturas sobre la lectura en la escuela (Laberinto, nueva edición definitiva, 2018), Las malas lenguas: Barbarismos, desbarres, palabros, redundancias, sinsentidos y demás barrabasadas (Océano, 2018), La lectura: Elogio del libro y alabanza del placer de leer (Fondo Editorial del Estado de México, tercera edición, 2018), Escribir y leer en la universidad (ANUIES, 2019), La prodigiosa vida del libro en papel: Leer y escribir en la modernidad digital (Cal y Arena/UNAM, 2020) y ¡No valga la redundancia!: Pleonasmos, redundancias, sinsentidos, anfibologías y ultracorrecciones que decimos y escribimos en español (Océano, 2021). En 2019 recibió el Reconocimiento Universitario de Fomento a la Lectura, de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.