Las Misiones Culturales impulsaron la carrera de una mujer que se convertiría en la única latinoamericana en ganar el Premio Nobel de Literatura

“El maestro verdadero tendrá siempre algo de artista; no podemos aceptar esa especie de «jefe de faena» o de «capataz de hacienda» en que algunos quieren convertir al conductor de los espíritus”, escribió Gabriela Mistral en su primer libro publicado —en México, por cierto—, auspiciado por la Secretaría de Educación Pública en tiempos de Vasconcelos.
A principios de año, apuntamos que en el mes de octubre de este año se conmemorarían los 100 años de las “Misiones Culturales”, en la entrega anterior, esbozamos a grandes rasgos la importancia que tuvieron estas “misiones” para hacer efectiva las promesas de la Revolución.
Omitimos quizá que fue gracias a esta idea puesta en marcha por el ministro oaxaqueño, que se abrió la puerta para que germinará y se consolidara el “Muralismo”; Vasconcelos nos dice, “se creó una corriente (pictórica) que pronto hizo escuela”. Pero, además, se impulsó la carrera de la única mujer latinoamericana que -hasta el momento- ha merecido el Premio Nobel de Literatura, nos referimos a la chilena Gabriela Mistral.
Cuando la poeta y maestra rural Gabriela Mistral llegó a México, tenía 33 años. Vasconcelos la invitó desde 1921, al año siguiente, estaba en imprenta -en Nueva York- su primer poemario Desolación (1922). El Premio Nobel lo recibió con 56 años.
Esta primera publicación a la que nos referimos se titula Lecturas para mujeres destinadas a la enseñanza del lenguaje. Es una compilación de textos donde la chilena comparte generosamente sus lecturas, al menos, las que considera aptas para mujeres de entre 15 y 30 años.
La introducción a esta antología realizada por Mistral empieza como viene: “Recibí hace meses de la Secretaría de Educación de México el encargo de recopilar un libro de Lecturas Escolares. Comprendí que un texto corresponde hacerlo a los maestros nacionales y no a una extranjera, y he recopilado esta obra sólo para la escuela mexicana que lleva mi nombre. Me siento dentro de ella con pequeños derechos, y tengo, además, el deber de dejarle un recuerdo tangible de mis clases”.
Para esas fechas, el compromiso de Gabriela Mistral con la educación y la cultura era universal. “Será en mí siempre un sereno orgullo haber recibido de la mano del licenciado señor Vasconcelos el don de una Escuela en México y la ocasión de escribir para las mujeres de mi sangre en el único período de descanso que ha tenido mi vida”, escribió.
Como vemos, las Misiones Culturales, fueron el generoso cultivo del cual se han cosechado frutos que aún saboreamos no sólo los mexicanos, sino el continente entero. La universalidad del pensamiento de la empresa educativa se ve reflejada en los autores que pizcó Mistral, donde encontramos plumas como las de Tablada, Gorki, Torri, Martí, Lugones, Marquina, Baudelaire, Vasconcelos, Caso, Reyes, Tagore, Neruda, Darío, Whitman y a la propia Mistral. En fin, una generación de luces.
Si bien la fama de Gabriela Mistral había rebasado las fronteras del cono sur, la empresa de Vasconcelos había hecho lo propio; de tal modo que, nuestro personaje de hoy reconoce: “Ha sido para la pequeña maestra chilena una honra servir por un tiempo a un gobierno extranjero que se ha hecho respetable en el Continente por una labor constructiva de educación tan enorme”.
Y puntual, magistral, agrega: “No doy a las comisiones oficiales valor sino por la mano que las otorga, y he trabajado con complacencia bajo el Ministerio de un Secretario de Estado cuya capacidad, por extraña excepción en los hábitos políticos de nuestra América, está a la altura de su elevado rango, y, sobre todo, de un hombre al cual las juventudes de nuestros países empiezan a señalar como al pensador de la raza que ha sido capaz de una acción cívica tan valiosa como su pensamiento filosófico”.
Es traslúcido el afán de Vasconcelos al invitar a la maestra chilena a participar en las Misiones Culturales. Coincidían en profundidad y en nobleza. El arte, la cultura y la inteligencia, valen, si se ponen al servicio de los demás, sobre todo de los más desfavorecidos. Resuena aún rotunda la frase del discurso del rector Vasconcelos en la Universidad Nacional: “no vengo a trabajar para la Universidad, vengo a pedirle a la Universidad que trabaje para el pueblo”.
Mistral lo decía de este modo: “lo que nuestra América necesita con una urgencia que a veces llega a parecerme trágica: generaciones con sentido moral, ciudadanos y mujeres puros y vigorosos e individuos en los cuales la cultura se haga militante al vivificarse con la acción: se vuelva servicio”.
Coincidían en grandeza, en una grandeza que buscaban contagiar a través de la escuela. “Haz capaz a tu escuela de todo lo grande que pasa o que ha pasado por el mundo”, decía Mistral.
Educadora sempiterna, “enseñar siempre: en el patio y en la calle como en la sala de clase. Enseñar con la actitud, el gesto y la palabra… Si no realizamos la igualdad y la cultura dentro de la escuela, ¿dónde podrán exigirse estas cosas?” Hasta aquí, pues, este esbozo de la participación de Gabriela Mistral en las Misiones Culturales a 100 años de su aniversario.
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