Pudiendo ser rico, preferí ser poeta

Amado Nervo se consideraba un mediador entre lo humano y lo divino. Lo recordamos en el aniversario de su fallecimiento

El autor transitó entre los literatos más grandes de su época.

No ha habido, al menos en México, exequias más concurridas que las dedicadas a Amado Nervo. Amado Ruiz de Nervo y Ordaz, falleció en Montevideo, Uruguay el 24 de mayo de 1919. El poeta se encontraba en una misión diplomática como representante del gobierno de México, encabezado entonces por Carranza.

A su deceso, el gobierno uruguayo, declaró tres días de duelo nacional y designó a Nervo como “Príncipe de los poetas continentales”. Casi medio año después llegaron sus restos para ser velados en el país que lo vio nacer y, sus compatriotas pudieran plañir, en tumulto, ante su catafalco.

Algunos dicen que fueron trescientos mil mexicanas y mexicanos (o sea tres rebosantes estadios Azteca), habitantes de la Ciudad de México quienes asistieron al funeral del poeta. Nervo tenía 48 años cuando falleció a causa de una uremia. Mientras que, años antes, en 1912, su “amada inmóvil” Ana Cecilia Luisa Dailliez, su pareja sentimental, falleciera de tifoidea. La amada inmóvil, es un poemario dedicado a Ana Cecilia, a quien conoció en 1901 en una breve estancia en París.

En París, Nervo compartió departamento con Rubén Darío, entre ambos, se disputan la paternidad del modernismo; aunque en la academia se le da el crédito al bardo de Nicaragua; en fin, aunque suene raro, Nervo estaba acostumbrado a la muerte; de cierta forma, todo poeta lo está.  Cuando el nayarita tenía 13 años, falleció su padre, siendo el mayor de siete hermanos, Amado tuvo que hacerse cargo de su familia.

Quizá, desde entonces, su arrobo por la hermana agua. Nervo fue agua. “¿Pretendes ser dichoso? pues bien: sé cómo el agua… / si eres fuente, en tu seno verás temblando al sol”.

Sin resistencia a las adversidades de la vida, fluyó como el líquido que nos sustenta. Del abismo rescató la transformación espiritual. Nervo fue un gran místico. Él se consideraba (como casi todo poeta) un intermediario entre lo humano y lo divino.

Pero la poesía, ¿cómo consideraba Nervo a la poesía? Unos ejemplos. En el prólogo del poemario Parábolas, de Enrique González Martínez, Nervo asegura que: el máximo de los poetas “será para cada uno de nosotros aquel que haya acertado a formular con mayor sagacidad y precisión nuestros estados de conciencia”. Primera consideración: la poesía como el medio para expresar los múltiples modos de conciencia.

Otro ejemplo. El título de este artículo se toma de un pequeño poema de Nervo, llamado “Autobiografía”, en el encontramos:

“Allá en mis años mozos adiviné del Arte
la armonía y el ritmo, caros al musageta,
y, pudiendo ser rico, preferí ser poeta.
- ¿Y después?
-He sufrido, como todos, y he amado.
¿Mucho?
-Lo suficiente para ser perdonado…”

Segunda consideración, la poesía es más valiosa que el dinero y el amor es redención. Una más. En su cuento -porque Nervo también ejerció magistralmente la prosa- “Donador de almas”, nuestro personaje de hoy crea un ambiente para narrar “un caso de hermafroditismo intelectual”; entonces sin rubor, se aventura: “los poetas, que son los seres más semejantes a los dioses, tienen en sí ambos principios. 

La virilidad y la delicadeza se alternan y se hermanan en su espíritu. ¿Por qué aman las mujeres a los poetas? Porque reconocen en los poetas algo de ellas…”

Tercera y última consideración al respecto, Nervo consideraba que la poesía era como un ángel ambivalente, con ambos sexos, con ambos géneros; paradoja desdoblada, dialéctica concentrada en el núcleo que se desenvuelve en sí mismo.  

Evidentemente, Nervo es reconocido por su poesía, y lo es poco por su narrativa; por ello es importante discurrir en esta ocasión -aunque sea de forma tropezada- sobre su prosa. La última guerra (1899), cuento de ciencia ficción que antecede a La rebelión en la granja (1945) de G. Orwell.

En La última guerra el narrador, cuenta como a través de un “fonotelerradiógrafo”, este artefacto hace posible que las vibraciones del cerebro, al pensar, se comuniquen con un aparato que decodifica y registra los pensamientos y, a su vez las transmite a su destino. Algo así como el siguiente paso después de Alexa y ChatGPT.

En estos momentos, saber lo que las poblaciones piensan es la quintaesencia de las redes sociales; anhelo que, al parecer, lleva vigente más de un siglo. En fin, La última guerra plantea como la humanidad queda casi destruida, una vez más, por fuerzas en pugna, la lucha por el poder, hegemonía sobre hegemonía, todo, hasta que crezca una nueva humanidad y volvamos a empezar. En ese mundo futuro, los animales son la servidumbre del humano, pero estos, al igual que en La rebelión en la granja, se sublevan.

Ahora que conozco un poco más la narrativa de Nervo, me parece menos original Orwell, que es uno de mis autores predilectos. Bien, un poco más. Sor Juana Inés de la Cruz, siglo XVII. Fue Nervo en los albores del siglo XX quien redescubrió a nuestra “décima musa”. Fue a través de su obra “Juana de Asbaje” (1910), como literariamente, la resucitó.  

El manuscrito lo elaboró como una contribución al Centenario de la Independencia de México y lo publicó en Madrid; se lo dedicó “a todas las mujeres de mi país y de mi raza”. Si hoy conocemos, admiramos y respetamos a Sor Juana, sí es por su talento, pero en gran medida lo es también por el rescate académico que realizó Nervo; tal como uno de los diálogos del “Donador de almas”:

“-Todo lo que soy, y no soy poco, te lo debo a ti.
– Se lo debes a tu talento.
– Sin ti, mi talento hubiera sido como esas flores aisladas que saturan de perfume los vientos solitarios.”

El espacio de esta entrega se ha agotado y hemos dicho dos cosas. En fin, Nervo fue un hombre de fe, aficionado a la astronomía, a la teosofía y al misticismo. Entró a la literatura por la puerta del periodismo, escribió columnas que llamó “Fuegos fatuos” y “Pimientos dulces”.

Conocer el cariño que consiguió del pueblo de México expresado en su funeral y que antes de morir escribiera ese bello poema titulado “En paz”, me deja no solo con la serenidad más bella y la tranquilidad más honda, sino con un rayo de esperanza para y por la humanidad:

“Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.

¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!”

Fue maestro, escribió canciones para niños, “Martinillo”, fue la más conocida. Aún hoy día entre los claros muros de la Secretaría de Educación Pública, se encuentra una escultura del bardo mexicano, a quien hoy recordamos con estas inacabadas líneas, ahítas de admiración y asombro.

Sobre la firma

Deja un comentario

Descubre más desde CAMPUS

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo

campus
newsletter

Recibe en tu correo electrónico la edición semanal de Campus todos los jueves. 

Bienvenido

Contenido exclusivo para suscriptores

CAMPUS

Ingresa a tu cuenta

Regístrate a Campus

Contenido exclusivo suscriptores

Modalidad en línea

  • Examen de Habilidades y Conocimientos Básicos

ESTAMOS PARA SERVIRTE

Mándanos un mensaje para atender cualquier apoyo que necesites sobre el sitio Campus, el suplemento semanal, nuestros productos y servicios.