el 17 de diciembre de 1790 fue descubierta esta trascendental obra que es el monumento mexica más estudiado

De la muerte nace la vida, no hay alba sino por el camino de las tinieblas, es la premisa de la cosmovisión mesoamericana sobre el portentoso alumbramiento del mundo, incrustado en la rueca de nuestros días. Así lo atestigua la espectacular Piedra de Sol, la cual, fue recuperada el 17 de diciembre de 1790.
El sol central de este monumental monolito está envuelto por el signo del “Ollin” (movimiento), los antropólogos nos explican que se refieren al quinto sol, a la quinta era humana y su destino está cantado: su destrucción -la destrucción de la humanidad que habita bajo este quinto sol- vendrá por un movimiento, un movimiento de tierra, un terremoto.
“En la Piedra del Sol vemos que el primer sol, fue el ‘Sol de Viento’ (si seguimos a la inversa las manecillas del reloj), el cual fue arrasado por el aire y aquellos seres creados se convirtieron en monos y su alimento fue el ‘acecentli’ o maíz de agua. El siguiente Sol fue el ‘Lluvia de fuego’ en donde todo se quemó y los seres se volvieron guajolotes… le siguió el ‘Sol Agua’ y se dice que hubo 52 años de inundación que todo lo destruyó y los hombres se convirtieron en todo género de peces. Finalmente, tenemos el ‘Sol Jaguar’, durante el cual los hombres fueron devorados por las fieras y su alimento eran bellotas de encina”, nos explica el antropólogo Matos Moctezuma este monumental monolito de manufactura mexica.
Tiempo petrificado, nos dicen los eruditos. La Piedra de Sol es una de las abstracciones más prodigiosas creadas por el arte humano, en ella se muestra la creación y la destrucción, el nacimiento y renacimiento constante, así como el augurio de nuestro porvenir. No es gratuito que Octavio Paz, haya titulado a su monumental poema: Piedra de Sol:
“Oh vida por vivir y ya vivida, tiempo que vuelve en una marejada y se retira sin volver el rostro,
lo que pasó no fue pero está siendo y silenciosamente desemboca
en otro instante que se desvanece”
Nos dice Octavio Paz en su poema de largo, largo aliento -son 584 versos- pero no hay que confundirnos, este poema no es una exégesis del monolito mexica, es (entre otras cosas, pero fundamentalmente) un tremendo poema de desamor, el cual escribió Paz al terminar su relación con la escritora Elena Garro, para mayor detalle sobre esta titánica relación se puede leer Testimonios sobre Mariana, de Elena Garro o Mi vida con la ola, de O. Paz. En fin, nuestro tema.
En agosto de 1790, excavaban obreros el epicentro de la Nueva España con el propósito de construir un acueducto subterráneo en la Plaza Mayor, meses después, el 17 de diciembre surgió de la tierra, a menos de 40 metros del Palacio del Virrey, esta monumental obra mexica; según nos cuenta A. Humboldt como parte de sus narraciones, testimonio de su paso por estos lares.
Pero qué nos dice esta magnífica escultura que, a los ojos del europeo, puede resultar tan fascinante como repulsiva. Según el antropólogo Matos Moctezuma, este monolito nos dice como “fueron cuatro intentos en que la lucha entre los dioses dio paso a cada una de las creaciones para, a su vez, ser destruida e iniciar el combate cósmico con el que, poco a poco, se iba perfeccionando la obra de los dioses. Esta acción de creación-destrucción, esta concepción dialéctica de un universo que se expresaba a través de la dualidad y en constante cambio y transformación quedó plasmado en la piedra con el surgimiento del Quinto Sol”.
A pesar de ser el monumento mexica más estudiado, según reconocen los especialistas, éste aún guarda sus secretos, por lo que se envuelve en un misterio pétreo, umbral de lo incógnito. Lo que sí se tiene claro, es que, de acuerdo con la cosmogonía mesoamericana plasmada en esta obra de arte, “el mundo y el hombre han sido creados varias veces, según la concepción azteca, porque una creación le ha seguido siempre un cataclismo que ha puesto fin a la vida de la humanidad”, según nos cuenta Alfonso Caso en su obra El pueblo del sol.
Esta magnífica obra de ciencia y arte fue enterrada al consumarse la Conquista de México y permaneció así hasta su hallazgo en el Zócalo de la Ciudad de México a finales de 1790; en ese entonces fue colocada a un costado de la Catedral Metropolitana. Fue hasta finales del siglo XIX cuando se trasladó al Museo Arqueológico de la calle Moneda y en 1964 se trasladó definitivamente al Museo Nacional de Antropología e Historia, donde preside la Sala Mexica de dicho museo.
Solo nos resta recordar que, cuando encontramos exótica nuestra propia cultura, somos extranjeros en nuestra propia patria, de ahí la relevancia en la difusión de la sensibilidad y pensamiento de nuestras culturas madre. Descubramos nuestra historia acérrima, nuestro porvenir acaecido.
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