Existen casos muy contados en los que alguien ha creado una nueva palabra en español, en este caso para mal

De pocas personas se puede decir que inventaron una palabra, en español, para mejorar el idioma. Algunos han sido grandes escritores, como César Vallejo (que inventó “trilce”), Octavio Paz (que inventó “polhumo”), Julio Cortázar (que inventó “cronopio”). Son ilustres neologismos del español.
Gabriel Zaid, en Mil palabras (México, Debate, 2018), un libro que no debería faltar en una biblioteca respetable, se refiere a “insumo”, “palabra inventada por los economistas Javier Márquez y Víctor L. Urquidi para traducir input en el Fondo de Cultura Económica”, que fue tan buena solución que “se adoptó en todos los países de habla española”. Zaid mismo es inventor de las palabras “millardo” (“mil millones”) y “factoraje” (en lugar de la voz inglesa factoring).
Hay casos menos honrosos o, más bien vergonzosos: son aquellos en que los inventores de palabrejas corrompen el idioma. Estos inventores están lo mismo en la política que en los deportes y en los espectáculos. Muchos de ellos hablan nada más porque tienen boca. Y fue así como un político, en México, inventó la palabreja “sospechosismo”, cuya acta de nacimiento, muy precisa, data del lunes 20 de septiembre de 2004 en la capital mexicana. Ese día, el entonces secretario de Gobernación, Santiago Creel Miranda, cantinflesco, ante los periodistas que lo entrevistaron, grabadoras en mano, dijo lo siguiente, no en español, sino en galimatías, de acuerdo con lo que entrecomilla el diario La Jornada en su edición del 21 de septiembre: “Creo que, para ser justo en esto, y para no estar poniendo sospecha en todo y que la cultura del sospechosismo se acabe, que hay que ser parejo y medir con la misma regla”.
Santiago Creel ignoraba el término “suspicacia”. Muy pronto surgieron las burlas, en el mismo periodismo político, y los que sabían hicieron notar que “sospechosismo” era una jalada en lugar del correcto sustantivo femenino “suspicacia”: “Cualidad de suspicaz” y “especie o idea sugerida por la sospecha o desconfianza” (Diccionario de la lengua española, Real Academia Española, 2014).
Quiso decir el cantinflesco político, en buen cristiano, que “no había que poner sospecha en todo, para acabar con la costumbre de la suspicacia”. Pero si primero fueron bromas y sarcasmos, pronto hasta los analistas políticos y dizque politólogos (en estricto sentido, más bien politicólogos) abandonaron la ironía y adoptaron, sin la menor intención satírica, la palabreja que salió de la boca de Santiago Creel Miranda el lunes 20 de septiembre de 2004.
La palabreja cayó en un medio muy fértil para las tonterías (el periodismo político) y por ello pronto fue asimilada por quienes digieren cualquier cosa, y de ahí pasó al vergonzoso Diccionario de mexicanismos (DM), de la Academia Mexicana de la Lengua (AML), que la define como sustantivo masculino popular y coloquial para referirse al “ambiente que se percibe lleno de suspicacias”. Y hasta nos regala un ejemplo: Hay mucho sospechosismo en torno a los intereses del gobierno por construir ese nuevo puerto. Y también hay mucha tontería en el bárbaro DM que incluye en sus páginas la jalada “sospechosismo” sin siquiera mencionar, así sea de paso, que su único uso válido tendría que ser con un sentido jocoso, burlesco y cantinflesco y no con la seriedad e ignorancia con que la pronunció su inventor.
En múltiples páginas de internet y en libros y en artículos impresos, “sospechosismo” está en la lista de las idioteces y ridiculeces, barbaridades y desatinos de la mal denominada “clase política mexicana” (decir que es “clase” ya es gran tontería), junto a “ni nos perjudican ni nos benefician, sino todo lo contrario”, “la pobreza es un mito genial”, “los acercamientos ayudan a estar más cerca”, “haiga sido como haiga sido”, “estamos ambos cuatro”, “el poder es para poder, no para no poder”, “no es falso pero tampoco es verdadero” entre otros.
Pero a la Academia Mexicana de la Lengua, estas sandeces y otras más le hacen el día porque así reúne más “mexicanismos”. En 2005 el diario La Crónica pidió formalmente información a la Comisión de Consultas de la Academia Mexicana de la Lengua, y obtuvo un documento con la siguiente respuesta:
“Sospechosismo: puede ser una voz acomodada del idioma inglés suspiciousness, ‘lo que es o puede ser sospechoso’, pero en el uso que se le ha dado en México la voz expresa una ‘atmósfera o ambiente preñado o impregnado de suspicacias y sospechas’”.
Difusión disparatada
¡Cuán rápida fue la Academia Mexicana de la Lengua para justificar una jalada de un político ajeno a la consulta del diccionario! Esta cacografía no está registrada, por supuesto, en el Diccionario de la Real Academia Española. Pero tal es el precedente de la definición que, en 2010, en el DM y en un tiempo récord, la avalaría la Academia Mexicana de la Lengua. Apenas había pasado un año de haber salido la palabreja de la boca de Santiago Creel Miranda cuando ya la Academia Mexicana de la Lengua la había definido ¡en serio!
Queda claro que, para los académicos mexicanos de la lengua, la política es más importante que el idioma y, por cierto, la canción escrita por Mark James, en 1968, y uno de los grandes éxitos de Elvis Presley, a partir de 1969, “Suspicious Minds”, de acuerdo con la lógica de la AML, dejará de traducirse en México como “Mentes suspicaces” y pasará a conocerse como “Mentes sospechosistas”. ¡Quién lo imaginaría!
Hoy, en las publicaciones impresas y en internet, podemos ver miles de usos del ridículo “sospechosismo”, en sustitución de “suspicacia” y, en la mayoría de los casos, de acuerdo con el contexto y la intención, sin ironía ninguna, tal como la “entienden” quienes la incluyeron en el inepto Diccionario de mexicanismos. En un programa de radio, con la bendición del DM de la AML, un analista político habla de “despresionar el ambiente político lleno de sospechosismo”. Se da el lujo también de inventar su palabreja (“despresionar” por “quitar presión”), pero en buen español quiso decir que “hay que quitar presión al ambiente político lleno de suspicacia”.
He aquí otros ejemplos de este disparate que ya tiene categoría de “mexicanismo”: “Pide Creel terminar con la cultura del ‘sospechosismo’”, “el yerno de la Casa Blanca y el sospechosismo”, “para fundamentar nuestro ‘sospechosismo’”, “el sospechosismo del voto útil está en el aire”, “en defensa del sospechosismo”, “sospechosismo o teoría de la conspiración”, “sospechosismo en Los Pinos”, “sospechosismo en cancillería”, “niños, bajo el sospechosismo militar”, “sospechosismo en las encuestas del Reforma”, “el sospechosismo de la prisión domiciliaria de Elba Esther”, “sospechosismo en Oaxaca durante el año electoral”, “los hechos y los ‘sospechosismos’”, “sospechosismos electorales”, “sospechosismos políticos en Querétaro”, “negocios y sospechosismos”, “Mancera sin sospechosismos”, “de sospechosismos a simulaciones”, etcétera.
En el motor de búsqueda de Google hay 61 mil 400 resultados de “sospechosismo”; 3 mil 200 de “sospechosismos” y 9 de “mentes sospechosistas”, frente a un millón diez mil resultados de “suspicacia”; 806 mil de “suspicacias”; 472 mil de “suspicaz”; 28 mil 500 de “suspicaces”, y 3 mil 720 de “mentes suspicaces”.
En México las tonterías tienen alas.
Poeta, ensayista, editor, divulgador y promotor de la lectura. Sus libros más recientes son Por una universidad lectora y otras lecturas sobre la lectura en la escuela (Laberinto, nueva edición definitiva, 2018), Las malas lenguas: Barbarismos, desbarres, palabros, redundancias, sinsentidos y demás barrabasadas (Océano, 2018), La lectura: Elogio del libro y alabanza del placer de leer (Fondo Editorial del Estado de México, tercera edición, 2018), Escribir y leer en la universidad (ANUIES, 2019), La prodigiosa vida del libro en papel: Leer y escribir en la modernidad digital (Cal y Arena/UNAM, 2020) y ¡No valga la redundancia!: Pleonasmos, redundancias, sinsentidos, anfibologías y ultracorrecciones que decimos y escribimos en español (Océano, 2021). En 2019 recibió el Reconocimiento Universitario de Fomento a la Lectura, de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.
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