Diez escritores mexicanos frente al poder

Muchos autores que en las páginas expresan aversión a la autoridad pueden —en la realidad —mostrarse fascinados por éste

Todos ejercemos poder y sufrimos a quienes ejercen más poder que nosotros, expresó Felipe Garrido.

A lo largo de más de cuatro décadas he conversado con varios escritores mexicanos y extranjeros, y algunas de estas entrevistas han formado parte de más de un libro mío, entre ellos Literatura hablada (2002), Historias de lecturas y lectores (2005) y Poesía y conversación (2012). Otras más, desperdigadas en periódicos, suplementos y revistas, nunca han sido reunidas en libro, pero ahí están, impresas, y durarán lo que dure el papel.

Si en mi anterior colaboración en Campus me referí a los escritores serviles al poder y a los poderosos y, especialmente, a los gobiernos y a los gobernantes a quienes adulan, loan, alaban y exaltan, hoy me referiré a quienes, sinceramente o no, abominan del poder. Lo que cito de ellos son sus palabras textuales. Algunos, ya muertos, mostraron siempre, congruencia con sus dichos, y otros, vivos, siguen mostrándola… o no. Cito estos juicios con la certeza de que, aunque la memoria es corta y falible, el olvido jamás es definitivo, puesto que existen las bibliotecas, las hemerotecas y, sobre todo a partir del siglo XXI, los motores de búsqueda en internet. Y siempre hay buenos lectores con memoria… o con hemeroteca.

Hablar frente a un micrófono o delante de una grabadora evita que las palabras sean barridas por el viento y borradas por el olvido. En 1989 le pregunté al brillante ensayista y narrador Sergio Fernández (1926-2020), “¿cuál es su opinión respecto del poder?”, a lo cual respondió: “Es una descomposición moral. Yo opino lo de Sófocles. Él dice que para conocer a un hombre hay que darle primeramente el poder, y lo que quede de ese hombre, después de habido, será todo cuanto quede en las manos y, posiblemente, es un vacío”. También de 1989 es mi entrevista con la querida y admirada poetisa Enriqueta Ochoa (1928-2008). Ante la misma pregunta fue parca, pero también enfática, al responder: “Creo que es muy peligroso. El poder cambia a las gentes y las minimiza, las hace pequeñas”. Y debemos entender esta minimización o pequeñez, a las que se refiere, en un sentido ético y moral: cuando el poder transforma a su poseedor en una persona sin dimensión moral y sin escrúpulos.

El gran poeta y narrador Eduardo Lizalde (1929-2022), fallecido apenas en mayo del presente, fue aún más parco y despachó mi pregunta “¿cuál es su relación con el poder?” de la siguiente manera: “Ninguna. El poder no me interesa”. Y, en efecto, no hay en su obra ni en sus dichos loas, lisonjas o ditirambos a poderoso alguno y sí, en cambio, muchas alusiones a la arbitrariedad o a la tiranía con la que nos castigan los poderosos.

En cuanto a María Luisa Mendoza (1931-2018), la famosa “China”, periodista, novelista y cuentista, ante la pregunta “¿cuál es su relación con el poder?”, ni tarda ni perezosa me respondió lo siguiente, en mayo de 1990: “Muy cercana, muy plena. Yo vengo de una familia política. Mi padre era un político bastante sobresaliente, y me refiero a su brillantez y a su honradez, a su honestidad intachable. Yo crecí entre políticos, y cuando tuve la posibilidad de una actividad política protagónica la ejercí. Me gusta mucho la política en sí. Lo que me cansa es la batalla dentro de la política, ese intríngulis en el cual yo no entro y que tiene que ver con la adulación y el sobajamiento de dignidades”.

La generalización de Monsi
En 1989, ante mi pregunta, Carlos Monsiváis (1938-2010), respondió así: “De obvia fascinación, como todos [sic: ¿como todos?]; de obvio rechazo, como muchos; de búsqueda de entendimiento de mecanismos; de distanciamiento anímico profundo y de mínimas o nulas esperanzas respecto a sus posibilidades de cambio en el momento actual”. Sabemos que Monsiváis fue sincero en su respuesta, porque no ignoramos (aunque absurdamente generalice) su “fascinación/rechazo” por el poder. Consta en fotografías, como aquella en la que aparece (sonriente el “Monsi”), junto a Gabriel García Márquez (el “Gabo”, cómplice de dictadores), Elena Poniatowska, León García Soler, Miguel Ángel Granados Chapa y otros más, rodeando, arropando todos al futuro presidente Carlos Salinas de Gortari, en 1987. En otra imagen, Carlos y Elena caminan flanqueando a Salinas, sonrientes ambos y serio el presidenciable, atendiendo a algo que les comenta a los tres Héctor Aguilar Camín. Otra placa fotográfica muestra a Monsiváis y a Poniatowska flanqueando a Salinas de Gortari: van caminando y, caballerosamente, el poderoso político, que esta vez sí sonríe, lleva del brazo a Elena, que también se muestra contenta. ¡La “obvia fascinación” del “Monsi” por el poder!

En mayo de 1989, ante la misma pregunta, Felipe Garrido, escritor que trabajó con varios presidentes de México, y que incluso amistó con alguno, me dijo con buena lógica relativista: “Creo que todos ejercemos poder y todos sufrimos a quienes ejercen más poder que nosotros. Cuando uno es maestro en un grupo de clases se tiene poder; cuando se es padre de familia, cuando se tiene algún ascendiente sobre amigos o parientes. Si en lugar de ser maestro de clases, se es director de una escuela, se tiene más poder; si se maneja una editorial se tiene más poder. Todos, en distinta medida, ejercemos el poder y lo sufrimos. Pero ojalá que el poder se encaminara a mejorar la calidad de la vida; esto es una utopía, porque muchísimas veces el poder sólo se encamina a ejercer distintos tipos de tiranía”.

Para el novelista Luis Arturo Ramos (1947), luego de formularle la pregunta en 1989, “el poder es el verdadero pivote de las ambiciones humanas. El poder (y el ejercicio del poder) es el que hace girar a la sociedad. Creo, definitivamente, que todo poder contamina. En este sentido, tengo una mentalidad anarquista. Pienso que la historia de la sociedad se funda en tratar de contener al poder y a los poderosos. La gran lucha que hay que dar es, precisamente, para contener a los monopolios del poder”.

Los poetas no aplauden
En 1992, el poeta Efraín Bartolomé (1950), al responder a mi pregunta, afirmó que “no hay relación posible” del escritor y, especialmente, del poeta con el poder. Y añadió: “El poder busca el sometimiento de los otros. Un poeta no aplaude con facilidad, no entra en el juego dócilmente (es menos poeta mientras más fácilmente haga estas cosas)”. Remató: “Lo dijo Shamai, el maestro de Cristo: ‘Amad el trabajo, odiad los cargos y no seáis conocidos como amigos del gobierno’”.

Mucho más radical, el poeta y traductor Guillermo Fernández (1934-2012), respondió del siguiente modo a mi pregunta, en junio de 1989: “De este país me disgusta su gobierno. Todos estos gobiernos. Son ellos los que hacen irrespirable la vida en México. Éste es un pueblo al que se le sigue engañando. El PRI ha hecho del engaño un instrumento muy afinado. Todos los días a ocho columnas, las declaraciones de los presidentes, como si fueran dioses y dijeran grandes cosas. El declaracionismo político es un horror. ¿Qué autoridad moral tienen los presidentes para estar hablando todos los días? Sabemos lo que son. México es un pueblo al que no se le habla con la verdad y al que no se le hace justicia”. Y remató: “No amo el poder en ninguna de sus formas; me repugna, me parece vomitivo. No basta con pensar que hay gobiernos aún peores que los nuestros. Yo creo que todos son igualmente abominables. No me gustan los poderosos”.

Para concluir este breve recuento transcribo la respuesta que me dio la querida periodista, cuentista y novelista Elena Poniatowska (1933), en marzo de 1989, a la pregunta “¿cuál es tu relación con el poder?”: “Yo siempre he estado lo más lejos posible de él. Siempre me ha dado erisipela. Nunca me he acercado a un poderoso ni por equivocación”.

Es innegable que la defensa del poder sólo puede hacerse desde el poder o desde su cercanía o complicidad; en cambio, su abominación exige, forzosamente, la lejanía de él.

Sobre la firma
Fabulaciones | Web

Poeta, ensayista, editor, divulgador y promotor de la lectura. Sus libros más recientes son Por una universidad lectora y otras lecturas sobre la lectura en la escuela (Laberinto, nueva edición definitiva, 2018), Las malas lenguas: Barbarismos, desbarres, palabros, redundancias, sinsentidos y demás barrabasadas (Océano, 2018), La lectura: Elogio del libro y alabanza del placer de leer (Fondo Editorial del Estado de México, tercera edición, 2018), Escribir y leer en la universidad (ANUIES, 2019), La prodigiosa vida del libro en papel: Leer y escribir en la modernidad digital (Cal y Arena/UNAM, 2020) y ¡No valga la redundancia!: Pleonasmos, redundancias, sinsentidos, anfibologías y ultracorrecciones que decimos y escribimos en español (Océano, 2021). En 2019 recibió el Reconocimiento Universitario de Fomento a la Lectura, de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.

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