Alrededor de las páginas de un libro podemos encontrar valores, sabiduría e inteligencia... o todo lo contrario

1. Por más que alguien quiera encontrarlos, no hay motivos razonables para ser lector. Todos los lectores estamos locos. En el mejor de los casos, nos falta un tornillo. Ser lector no es muy productivo económicamente, ni siquiera para los más exitosos booktubers, entre los cuales abundan los que son simples publicistas de las empresas editoriales. Se lee y se habla de libros por patología cultural, no por negocio. Por eso hay tan pocos lectores que merezcan este apelativo. La mayoría son leedores, publicistas y funcionarios o burócratas de la lectura. No está mal; alguien tiene que hacer esos trabajos, pero que quede claro que se trata de empleos (remunerados), y no de una simple pero auténtica locura.
2. Apostilla a unos versos de José Emilio Pacheco. “Extraño mundo el nuestro: cada día/ le interesan cada vez más los poetas;/ la poesía cada vez menos”, escribió José Emilio en su “Carta a George B. Moore en defensa del anonimato” (que en su primera versión tiene un título más despiadado: “Carta a George B. Moore para negarle una entrevista”). Allá, donde ya no estás (porque me niego a decir que allá donde estés, porque sólo te encuentras en tus libros) te envío esta apostilla: “La poesía, José Emilio,/ me interesa cada vez más;/ los poetas, amigo, cada vez menos./ Muchos de ellos tienen más de arrogancia/ que de poetas. Así también sus lectores,/ que sus jueguitos juegan y los merecen./ Tuviste razón siempre:/ extraño mundo el nuestro;/ escribiste un poema inolvidable/ para negarle una entrevista a George B. Moore,/ pero al final de tu existencia,/ no negaste entrevistas/ a quienes lejos estaban/ de ser George B. Moore”.
3. Dijo Stéphane Mallarmé, en su poema “Brisa marina”: “¡La carne es triste, ¡ay!, y he leído todos los libros!”. Un día le respondió Victoria Beckham: “Nunca he leído un libro. No he tenido tiempo”. Y le faltó decir que la carne no es triste.
4. Los libertinos de ayer son los moralistas y puritanos de hoy, pues no hay nada más desagradable y amargo que tener que tolerar, en los demás, los vicios que ya se han abandonado por incapacidad de continuarlos.
5. El problema de los moralistas y, especialmente, de los puritanos es que ya se juzgaron y se han absuelto. Son buenos; no pueden ser malos, obviamente. Son modélicos y edificantes, ahora que ya no pueden ser (por falta de salud y juventud) ni escandalosos ni malignos. Ahora dictan el comportamiento correcto y apropiado de los demás. ¡Y con qué furor lo hacen! El mismo que ponían en sus vicios de aquellos viejos buenos tiempos.
6. La inteligencia es el bien peor repartido entre la humanidad y los animales; aun si se trata de inteligencia artificial. La tontería en cambio es el bien más democráticamente distribuido. Hay incluso maestros y escuelas de la tontería, que forman a otros maestros y fundan otras escuelas. Y nadie está exento de poseer algún gramo de ella, aunque algunos avariciosos la acaparen por toneladas. Es una enfermedad que puede resultar incurable. Por ello, Paul-Henri Spaak, redactor, entre otros, de la Carta de las Naciones Unidas y quien presidió la primera Asamblea General de la ONU (1946) nos obsequió esta advertencia: “La tontería es la más extraña de las enfermedades. El enfermo nunca sufre; los que en verdad la padecen son los demás”.
7. En mi dorada e ignara adolescencia y parte de mi desordenada juventud leí y releí, con pasión, la poesía de Mario Benedetti. Tengo incluso el voluminoso tomo, autografiado, de su Inventario. ¿Por qué no decirlo? Tampoco lo escondo, al igual que no escondo que hoy su relectura me resulta insoportable. Hoy lo más rescatable de Benedetti son las pizzas, y tampoco creo que sean las mejores.
8. Si Julio Jiménez Rueda y José Enrique Rodó hay cosas que no coinciden, dijo el sordo que lo oyó. Si José Emilio Pacheco pocos churros se atizó; si Patán, ¡un caballero!, y Caballero, ¡un patán!; si Paz dio guerra con ganas, y Guerra ni se inmutó; si Delgado no era flaco, y Obeso no era un panzón; si Moreno era güerito, y Rubio color marrón; si Rosado era más prieto que Guillermo Prieto y más; si Linda bella no era ni Rodríguez Feo fue, no nos queda ni el consuelo que Consuelo se llevó.
9. Todo duerme, todo descansa en algún momento; menos la locura y la vanidad que, juntas, son conocidas como la patología del narcisismo. Entre todas las locuras, ésta es quizá la más peligrosa, porque vuelve cuerdo y audaz al loco que la padece.
10. En mi adolescencia recuerdo haber leído en un libro que he olvidado casi del todo lo que a continuación parafraseo ante la imposibilidad de citarlo de manera textual. Decía algo así: respecto del narcisismo y la vanidad el ser humano es el único que puede padecerlos. No hay animales, y ni siquiera el pavorreal, que tenga tales debilidades, pues, si así fuese, frente a la ferocidad del león o del tigre sería suficiente, para que no nos devoraran, que les endulzáramos el oído, si pudiesen entendernos, alabándolos así: “¡Cuán hermoso eres, qué maravilloso te ves; tu belleza es singular y tu porte y tu grandeza resplandecen!” Esto bastaría para que la fiera se ablandara, abandonara su ferocidad y quisiera sentarse o echarse junto a nosotros para escuchar más halagos.
11. Hay gente que piensa que sus principios son mejores… nada más porque son suyos.
12. ¡Qué falta de imaginación la de los muertos, cuya única revancha contra los vivos infames consiste en jalarles las patas sorprendiéndolos dormidos! Si existe la posibilidad, ya muertos, de meterles algún susto pavoroso a quienes se portaron mal con nosotros no deberíamos andarnos con jaladas de patas. ¡Que para algo sirva nuestro ingenio! Habría que pegarles tales sustos, incluso despiertos, para que salieran despavoridos de sus aposentos y con su ropa interior lista para el bote de la basura.
13. La mayor parte de la gente que ha progresado social y económicamente casi nunca habla de su pasada pobreza económica, mucho menos de su miseria espiritual. Le parece vergonzoso y, por ello, camina por la vida dando a entender que nunca fue pobre, que siempre vivió bien y que, desde pequeño, ya leía el Quijote y la Divina Comedia. No es como aquel español ejemplar, funcionario del servicio diplomático con quien, comiendo en un restaurante de lujo en la ciudad de México, mientras saboreaba su filete levantó su copa de Rioja y me dijo: “¡Salud, por aquellos tiempos en los que yo comía pellejos!”
14. Apólogo. Mis colegas, los unamitas (entre ellos varios viejos amigos, que no sé si aún lo son) odiaban tanto al PRI que votaron en masa y ayudaron a poner en lo más alto del poder político al peor priista camuflado en la “izquierda”: un populista autoritario que ahora juega con ellos como el gato con el ratón. Pero, para no dar su brazo a torcer frente a la realidad, hoy prefieren padecer el Síndrome de Estocolmo, ¡lo cual ya es el colmo! Tercos, como Benedicto XIII, se mantienen en sus trece. Ni por un momento aceptan que, teniendo ojos, no supieron ver; que, teniendo orejas, no quisieron oír; que, asumiéndose inteligentes, cometieron una de las más grandes tonterías. Le apuestan, por supuesto, a la corta memoria de este pobre país. En un par de años hasta ellos se “olvidarán” de qué color fue su voto.
15. Colofón. Lo comparte el sabio Gabriel Zaid en un mensaje a mi cuenta de correo electrónico. Toda una pedagogía de la educación (no sé si anónima): “Enseñar al que no sabe es un deber. A bailar la rumba como debe ser”.
* Fue poeta y es ensayista, editor, divulgador y promotor de la lectura. Sus libros más recientes son Por una universidad lectora y otras lecturas sobre la lectura en la escuela (Laberinto, cuarta edición definitiva, 2021), Escribir y leer en la universidad (Anuies, 2019), La prodigiosa vida del libro en papel: Leer y escribir en la modernidad digital (Cal y Arena/UNAM, 2020), ¡No valga la redundancia!: Pleonasmos, redundancias, sinsentidos, anfibologías y ultracorrecciones que decimos y escribimos en español (Océano, 2021) y El vicio de leer: Contra el fanatismo moralista y en defensa del placer del conocimiento (Laberinto, 2021; segunda edición, 2022) y Más malas lenguas (Océano, 2023). En 2019 recibió el Reconocimiento Universitario de Fomento a la Lectura, de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.
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Que divertidas, mas no banales, sus reflexiones Juan Domingo Argüelles. ¡Gracias!