A pesar de la importancia mundial del español, muchos aún lo desprecian considerando que hablar inglés es mejor

Un joven turista estadounidense grabó un video en TikTok en el que se queja del modo siguiente (obviamente en inglés): “Recientemente fui a Ciudad de México y la gente allí no hablaba nada de inglés. Pensarías que, con todo el turismo, eso sería lo primero que harían. Pero no; hasta en los restaurantes todos los menús estaban en español. Tuve que usar aplicaciones para traducir todo. Me gusta México, pero tienen que mejorar eso. Considerando lo cerca que está México de Estados Unidos pensé que harían más esfuerzo para hablar inglés.”
Lo que puede ser sólo una torpe ingenuidad del joven turista, revela algo más grave que esto: racismo, xenofobia, discriminación y complejo de superioridad a partir de la lengua. No es la primera vez que alguien se queja del idioma en relación con México, pero incluso en Estados Unidos son muchas las personas supremacistas que agreden verbal y hasta físicamente a las personas (generalmente a los latinoamericanos y, entre ellos, muchos mexicanos) que no hablan inglés. Las noticias son abundantes al respecto. Basta con asomarse a internet para comprobarlo.
No le pasó por la cabeza a este joven estadounidense hacerse él mismo el reclamo de manera inversa: dado lo cerca que está Estados Unidos de México y dado que hay mucha población en ese país que habla español (alrededor de 60 millones de habitantes: el 18.4 por ciento de la población, sin incluir la de Puerto Rico), también él debería reprocharse el no hacer más esfuerzo para hablar español, que es la segunda lengua nativa más hablada en el mundo, con más de cien millones respecto de la tercera que es el inglés: 475 millones de hablantes de español contra 373 millones de hablantes de inglés.
Por supuesto, dominar varias lenguas o, al menos, un par o tres es bueno para cualquier persona, independientemente de su nacionalidad, pero al panorama anterior hay que agregar el menosprecio de los propios hablantes y escribientes por su lengua nativa y la alabanza muy especial, muy satisfactoria y orgullosa del idioma extranjero que es, por excelencia, el inglés. Siendo éste, por antonomasia, el idioma de internet y de los medios digitales en general, los prejuicios y el sentimiento de inferioridad han llevado a los hispanohablantes a desdeñar su propia lengua: por esto la llenan de anglicismos que no vienen al caso, de calcos innecesarios, y además se sienten exquisitos y felices de su anglofilia. Que ya una gran cantidad de personas diga y escriba “aperturar” en lugar de “abrir”, y “accesar” en lugar de “acceder”, muestra a qué grado se corrompe el español en boca de quienes lo consideran un idioma inferior al inglés.
En cierta forma, esos hispanohablantes nativos que se avergüenzan de su lengua y privilegian el inglés, contribuyen a la rabiosa discriminación que, lo mismo en Estados Unidos que en más de un país europeo, ya no sólo es racial, sino también idiomática. El idioma español es rechazado y vilipendiado, y sus hablantes son agredidos y despreciados, como cuando, en 2018, el abogado Aaron Schlossberg, de 44 años, en un restaurante de Nueva York, agredió verbalmente a dos empleados ¡por hablar en español!
Existe un video de ello. El racista manotea y grita (obviamente en inglés): “¡Esto es Estados Unidos! ¡Yo pago su seguridad social, yo pago para que puedan estar aquí! ¡Lo menos que pueden hacer es hablar inglés! Apuesto que no tienen documentos. Así que mi próxima llamada será a ICE (la policía migratoria) para que cada uno sea echado de mi país”. A otra persona, este enfermo xenófobo le grita: “¡Eres un jodido extranjero feo, así que vete a la mierda!”.
Esta xenofobia, que es a la vez aporofobia y fascismo, centra su reclamo en el idioma, y lo peor de todo es que hemos sido nosotros, los hispanohablantes, los primeros en desdeñar el español y en rendirle culto al inglés que, bien sabemos, es hoy una lengua franca, utilísima, pero que por sentimiento de inferioridad consideramos “superior” a nuestro idioma nativo. Una cosa es indiscutible: son pocos los que comprenden la relevancia de la lengua como un componente importantísimo del patrimonio cultural. En la mayor parte de las naciones, la identidad de la cultura tiene sus cimientos especialmente en la lengua nativa. Los franceses se sienten en particular franceses porque hablan y escriben en francés, y no tienen ningún sentimiento de inferioridad frente al inglés u otras lenguas, aunque puedan dominarlas.
Pero en México tenemos un anglicismo a tal grado patológico que la educación oficial privilegia el inglés antes que el español; en todo caso, pone gran énfasis en una escolarización bilingüe: además del español, indispensablemente el inglés. Ningún extranjero de visita en México, cuya lengua nativa sea el inglés (y, especialmente, de Estados Unidos) piensa, ni por un momento, que debe hablar, para comunicarse con los mexicanos, en español. En cambio, los mexicanos, y sobre todo los altos funcionarios, lo primero que hacen en Estados Unidos es hablar en mal inglés en los foros internacionales. Puede dar risa el inglés tarzanesco con el que pretenden comunicarse, pero también produce una gran vergüenza el ver y escuchar a esos compatriotas haciendo el más grande ridículo tartajeando un idioma que no sólo no dominan, sino que ni siquiera conocen. El resultado es que, en México, se habla y se escribe en mal español y en mal inglés, y, en todo caso, al sistema educativo le preocupa que los alumnos sean “competentes” en el inglés, aunque no así en el español, y con frecuencia somos testigos de la incompetencia que alcanzan.
Así como en Estados Unidos desprecian nuestro idioma y a quienes lo hablan, en México no son pocos los que hacen lo mismo: ¡desprecian el idioma propio!, un idioma que, por lo demás, ni siquiera está legitimado como “lengua oficial” en México. ¿Y por qué ocurre esto? Porque el inglés nos parece muy nice, muy “hermoso”, muy “prestigiado”. Nos avergonzamos de nuestra lengua, a pesar de que el español es la segunda lengua nativa más importante en el mundo, hablada y escrita en más de veinte países, únicamente superada por el chino, y siendo, además, la cuarta lengua en importancia a nivel mundial, por el número global de hablantes (nativos y no nativos), sólo después del inglés, el chino y el hindi.
En realidad, los nativos hispanohablantes en México nos avergonzamos de nuestro idioma más aún que los que se avergüenzan de hablar un idioma indígena en México. El anglicismo patológico es prueba de ello, y ya no sólo en el vocabulario, sino también en la sintaxis. Con dos años que hayan pasado en una estancia académica en Estados Unidos o Inglaterra, regresan los profesionistas cargados de anglicismos y, en cuanto a la sintaxis, con un angloñol o gringoñol que rebasa con mucho el pochismo. Y, a decir verdad, la Real Academia Española (RAE) y sus —según dice— “academias hermanas” no ayudan mucho que digamos. Además de perezosas se han vuelto anglófilas y les ha dado por la loca idea de que su trabajo consiste, básicamente, en recoger y poner en un repertorio (que llaman diccionario) los términos que utilizan no ya sólo las mayorías que legitiman el uso de la lengua, sino también las cosas más peregrinas que dicen o escriben tres o cuatro gatos y que les parecen indispensables de documentar. Han renunciado a la tarea más ardua y se han quedado con la más facilona. En realidad, si esta es la tarea que han elegido los académicos de la lengua, más les vale dedicarse, como dijera Montaigne, a jugar a la pelota.
Poeta, ensayista, editor, divulgador y promotor de la lectura. Sus libros más recientes son Por una universidad lectora y otras lecturas sobre la lectura en la escuela (Laberinto, nueva edición definitiva, 2018), Las malas lenguas: Barbarismos, desbarres, palabros, redundancias, sinsentidos y demás barrabasadas (Océano, 2018), La lectura: Elogio del libro y alabanza del placer de leer (Fondo Editorial del Estado de México, tercera edición, 2018), Escribir y leer en la universidad (ANUIES, 2019), La prodigiosa vida del libro en papel: Leer y escribir en la modernidad digital (Cal y Arena/UNAM, 2020) y ¡No valga la redundancia!: Pleonasmos, redundancias, sinsentidos, anfibologías y ultracorrecciones que decimos y escribimos en español (Océano, 2021). En 2019 recibió el Reconocimiento Universitario de Fomento a la Lectura, de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.
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