Las armas y los libros: Martín Luis Guzmán

El escritor y diplomático mexicano trabajó a favor de la educación como maestro rural a pesar de persecuciones y amenazas

En Yucatán, buscó erradicar la ignorancia y el hambre de los trabajadores.

Ignacio Ramírez, José Vasconcelos, Jaime Torres Bodet, Fernando Solana dirigieron la educación nacional en más de una ocasión, pero nuestro personaje de hoy fundó la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (Conaliteg), la cual, dirigió durante tres sexenios: de febrero de 1959 a diciembre de 1976; nos referimos, por supuesto a Martín Luis Guzmán.

Cuando se creó la Conaliteg, Jaime Torres Bodet recuerda de Luis Guzmán, en ese tiempo su jefe: “sin demora, hizo las investigaciones indispensables. Poseía amplísima información acerca del trabajo editorial en México y en Madrid. Y me sometió, una mañana, el borrador de un texto que coincidía, punto por punto, con mis propósitos. Tal fue el origen del decreto que presenté al Licenciado López Mateos”.

La historia lo ha decantado más por el reconocimiento literario que, por el de servidor público: La sombra del caudillo, o El águila y la serpiente, son sus obras de mayor reconocimiento, pero poco se sabe de su pasión mentora. No sólo al frente de instituciones como la Conaliteg; sino a ras de cancha. Veamos.

Antes de crear la Conaliteg en 1959, nuestro personaje, había acreditado con creces su compromiso con la educación. En 1914, ya empezaba a forjarse un camino como funcionario. Al ser depuesto el usurpador de Huerta, de forma no muy grata el maestro Ezequiel A. Chávez, dos veces rector de la Universidad Nacional, lo recuerda de este modo:

“Martin Luis Guzmán, hijo de un valiente, leal y pundonoroso soldado que había muerto luchando en defensa del presidente don Porfirio Díaz, y que ahora ocupaba un puesto de importancia en el despacho de los asuntos de la Secretaría de Gobernación, se me presentó en la Rectoría para hacerme saber el propósito del nuevo gobierno de cambiar desde luego por otras personas, a quienes durante el gobierno que acababa de desaparecer habían tenido a su cargo importantes servicios”, nos cuenta don Ezequiel en sus memorias.

Las armas
En Yucatán, la tierra de su padre, Martín Luis Guzmán prestó prominentes servicios a favor de la educación como maestro rural; de su pluma, nos cuenta: “Comprendía que mientras más riesgos nos amenazaran en un pueblo, mayor era la evidencia de que allí hacíamos falta los maestros rurales”, se refiere a Kinchil, Yucatán. Kinchil, la obra, se publicó en 1946. 

Sobre el quehacer de los maestros rurales, otro gran educador -Moisés Saénz- nos da algunas luces importantes para dimensionar lo que representó la educación rural concluida la Revolución y más o menos hasta los años 50 del siglo pasado. Carapan, de donde se toma esta memoria, se publicó en 1936: “Había yo hecho la observación en mis viajes por las escuelas rurales, de que el maestro de campo, lo primero que se compra es una pistola. A nosotros nos dio por los caballos”.

Cuando Martín Luis Guzmán (MLG) llegó a Kinchil, el pueblo estaba gobernado por los caciques quienes explotaban al pueblo acostumbrado al medro; reinaba el desasosiego y el desconcierto. MLG hizo frente en épica batalla sosteniendo la bandera de la educación, pudo, digamos: “liberar al pueblo”; situación que efectivamente disgustó en demasía a los acaparadores del capital, a los explotadores de la gente. 

Los caciques intentaron amenazarlo, hostigarlo, burlarlo, intimidarlo, pero aún con todas sus fuerzas, solo lo intentaron, porque no lo lograron. “La firmeza de mi actitud les hizo ver lo inútil de sus amenazas; ante lo cual, por entonces, me dejaron volver sano y salvo a mi escuela. Allí me esperaban, temerosos y agitados, mis quince campesinos. Así seguí la lucha”. Nos cuenta MLG en el texto titulado: “Los maestros rurales”.

La persecución, la amenaza y hostigamiento fue tal que, llegó el momento en que el novelista de la Revolución andaba armado para defender el derecho a educar. “Hasta donde podía, sin recurrir nunca a la violencia, yo me libraba de las persecuciones, pero andaba armado y procuraba que los otros lo supieran. Además, como esto último, según vi pronto, ya no nos pareció suficiente, poco a poco fui armando a mis quince campesinos del Consejo Comunal”.

El héroe no estaba sólo, el Estado lo respaldó; en concreto el comandante de zona Cházaro Pérez, quien asistió y ayudó a nuestro escritor de hoy que, instalado en su papel de maestro rural, nos cuenta:

“Inventé entonces una caravana de campesinos que llevase en multitud, hasta Mérida, los acentos de nuestra desesperación. Éramos tantos —y tan bien armados muchos— que nadie se atrevió con nosotros. Nos acompañamos de carteles, de banderas, de voladores. Íbamos clamando que se nos hiciera justicia; que se remediara la ignorancia y el hambre de los trabajadores; que se cambiaran las autoridades del municipio, gemelas de los latifundistas, explotadores y esclavizadores”

¿Qué logró con tanto empeño? Una escuela hecha comunidad. Libertad de asociación para actividades provechosas para las mayorías, salario mínimo a los trabajadores, formación de sindicatos, pero, sobre todo, revivió la esperanza de una vida más amplia, más justa, más digna.

Hasta aquí, pues, el apunte por el onomástico de nuestro autor que, se verificará el próximo viernes 6 de octubre; apuntes, siempre los nuestros: breves y lejos, muy lejos de dejar el tema agotado.

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