El analfabetismo oficial

Algunas veces la ignorancia puede extenderse durante años en todos los niveles de la sociedad

Una limitante técnica llevó a miles de mexicanos a una práctica errónea.

El 22 de septiembre de 2015 un tuitero apercibió al ex presidente Vicente Fox, debido a su pésimo uso de la escritura, y le recomendó lo siguiente: “Sr. Vicente Fox, cuide un poco su ortografía; la PC también tiene para acentos, por favor”. Raudo, el sabio que inventó a José Luis Borgues y le concedió el premio Nobel a Carlos Fuentes, respingó y tuiteó: “EN MAYUSCULAS NO SE PONEN ACENTOS OJO ‘MAISTRO’”.

La ignorancia y el analfabetismo de quien fuera presidente de México (no muy diferentes a los de sus antecesores y sucesores) resultan significativos porque, al igual que él, un gran sector de la población mexicana está convencido de que, cuando se escribe con MAYÚSCULAS, las diéresis y los acentos escritos (o tildes) no son necesarios. La prueba es que muchísima gente que no sabe ni puntuar ni acentuar escribe todo en mayúsculas y de corrido, sin tildes ni comas ni signo ortográfico alguno. Esta gente tuvo, en la primaria, la misma deseducación de Fox y de otros notables, sin importar su éxito profesional.

El sabio renacentista Fox Quesada exhibió su incultura en Twitter sin consultar la Ortografía de la lengua española de la Real Academia Española (RAE). Al respecto, en la edición revisada de 1999, la RAE precisa esto en dos ocasiones: en la página 31: “el empleo de la mayúscula no exime de poner tilde cuando así lo exijan las reglas de acentuación. Ejemplos: Álvaro, SÁNCHEZ”, y en la 53: “las mayúsculas llevan tilde si les corresponde según las reglas dadas. Ejemplos: África, PERÚ, Órgiva, BOGOTÁ. La Academia nunca ha establecido una norma en sentido contrario”. Por si no bastara, en 2012, poco antes de la sandez de Fox, la RAE estableció lo siguiente en su Ortografía básica de la lengua española: “Las reglas de uso de la tilde y la diéresis se aplican a todas las palabras, también cuando están escritas con mayúsculas: Álvaro, LEÓN, ANTIGÜEDAD” (página 112).

La omisión de estas normas se produjo en México a partir de las máquinas mecánicas de escribir, que no contaban con la función de acentuar o poner diéresis en las mayúsculas (a menos que, cuidadosamente, se bajase un poquito la hoja, por medio del rodillo, y se tecleara la tilde o la diéresis; pero poca gente estuvo dispuesta a hacer este ¡grandísimo esfuerzo!). Esto llevó a que, en las oficinas del Registro Civil del país, se escribieran los nombres y apellidos, así como los topónimos, con MAYÚSCULAS, pero, obviamente, sin tildes. De este modo, los Güemes se transformaron en GUEMES, los Hernández en HERNANDEZ, los Ramírez en RAMIREZ y los Argüelles en ARGUELLES. Asimismo, los Othón en OTHON, los Elías en ELIAS y todo Próculo se volvió PROCULO. Si se hubiesen usado mayúsculas y minúsculas los estragos hubieran sido mucho menores. Y aunque luego vinieron las máquinas eléctricas y los procesadores de palabras, con la función de acentuar y poner tildes en la escritura de mayúsculas, en México se siguió en lo mismo: ignorar las reglas.

Tecnología y tildes
En las notarías y en el registro de marcas, la razón social de la Editorial Océano de México pasó a ser EDITORIAL OCEANO DE MEXICO, en tanto que la de Editorial Época se trocó en EDITORIAL EPOCA, sólo por poner dos ejemplos. ¿Y cómo sabemos esto? Porque al elaborar una factura electrónica, como lo exige el Servicio de Administración Tributaria (SAT), el sistema rebota automáticamente los términos con tilde en las casillas correspondientes, es decir no los “reconoce” y los marca como errores en el llenado del formato, y esto es lo mismo para las personas morales que para las personas físicas.

Tal nomenclatura anómala opera también en las instituciones bancarias y en todas las instancias gubernamentales, desde los servicios de seguridad social, de agua y energía eléctrica hasta el Instituto Nacional Electoral (INE), ¡que emite credenciales con nombres en mayúsculas sin tildes y sin diéresis! e, increíblemente, la Secretaría de Gobernación, que emite la constancia de la Clave Única de Registro de Población (la CURP, ya que no el CURP, puesto que es “la clave”) con nombres y apellidos ¡sin tildes ni diéresis!

Todo el gobierno, las instituciones de servicio público y el sistema mercantil en México “funcionan” así: los recibos del teléfono y los estados de cuenta de los bancos, los documentos notariales, y en el caso de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (que sí tiene tildes para sus mayúsculas), puesto que emite una CÉDULA DE IDENTIFICACIÓN FISCAL, ¡asombrosamente la emite en COYOACAN, CIUDAD DE MEXICO. Y en esa CÉDULA (mayúsculas para las que sí utiliza la obligada tilde en la “E”) yo soy JUAN ENRIQUE DOMINGO ARGUELLES y no JUAN ENRIQUE DOMINGO ARGÜELLES. De la misma manera, la SECRETARÍA DE SALUD (que sí tiene tilde para su “I”) emite certificados de vacunación con nombres y apellidos sin tildes ni diéresis, obviamente en MAYÚSCULAS: JUAN ENRIQUE DOMINGO ARGUELLES, ROSA MARIA HERNANDES MONTOYA (sin tildes y con una intrusa “s” en Hernández).

Me asomo al sitio de internet donde la Secretaría de Gobernación, a través de las instancias del Registro Civil en los estados del país, emite las actas de nacimiento “con identificador electrónico” que sustituyen a los viejos documentos mecanografiados. La tontería es la misma: nombres y apellidos sin tildes ni diéresis, incluso en la nomenclatura del municipio: OTHON P. BLANCO en lugar del correcto OTHÓN P. BLANCO. Pero me encuentro con algo peor: dice mi vieja acta mecanografiada, en la línea correspondiente a LUGAR DE NACIMIENTO, que nací en CHETUMAL, QUINTANA ROO (y no por cierto en una ribera del Arauca vibrador), pero en el nuevo documento electrónico se asegura que nací en un lugar DESCONOCIDO (¡sí, des-co-no-ci-do!) de QUINTANA ROO. (¡Y, además, se ha eliminado el segundo apellido de los progenitores, lo cual es como no tener madre!).

En este documento oficial no sólo no me apellido Argüelles (de la misma manera que el vicealmirante tamaulipeco Othón Pompeyo Blanco Núñez de Cáceres, fundador de Chetumal ha dejado de llamarse OTHÓN), sino que he dejado de ser chetumaleño. De nada me ha servido entrar a la página de corrección de actas y manifestarles mi irritada inconformidad: me responden, me dan un numerito del reporte, pero no hacen nada más; la barbaridad sigue ahí, como cuando el primer bruto omitió el dato. Por obra y gracia de este mentecato yo NO nací en Chetumal, cuando mi padre tenía 27 años y mi madre 23, sino en un lugar desconocido del entonces territorio federal de Quintana Roo, que bien podría ser Punta Molas, “el punto más oriental de la república mexicana”, según la Wikipedia.

Y ya no sólo clamo ¡y reclamo! ante el robo asnal de la diéresis en mi apellido materno, sino que también exijo se me devuelva mi identidad chetumaleña que me han menoscabado. Nací en Chetumal, a los tres años y casi tres meses de que el huracán Janet (que allá llamamos ciclón) arrasara con todo y sólo dejara en pie cinco edificios, entre ellos el del Hospital Civil Morelos donde nací a las 22:00 horas del 27 de diciembre de 1958, y el de la Escuela Belisario Domínguez en el que estudié la primaria.

Y todo este desaseo en nuestra lengua no es por una limitación algorítmica. El motor de búsqueda de Microsoft es muy claro al respecto: “No hay información específica sobre por qué se prescinde de las tildes en documentos oficiales. Sin embargo, en algunos países como México, la costumbre de no incluir tildes en los nombres en documentos oficiales se ha mantenido, aunque la tecnología ya permite que se escriban correctamente”. La limitación, entonces, es de quienes manejan la tecnología. Bárbaros que son al alimentar los sistemas.

Sobre la firma
Fabulaciones | Web

* Fue poeta y es ensayista, editor, divulgador y promotor de la lectura. Sus libros más recientes son Por una universidad lectora y otras lecturas sobre la lectura en la escuela (Laberinto, cuarta edición definitiva, 2021), Escribir y leer en la universidad (Anuies, 2019), La prodigiosa vida del libro en papel: Leer y escribir en la modernidad digital (Cal y Arena/UNAM, 2020), ¡No valga la redundancia!: Pleonasmos, redundancias, sinsentidos, anfibologías y ultracorrecciones que decimos y escribimos en español (Océano, 2021) y El vicio de leer: Contra el fanatismo moralista y en defensa del placer del conocimiento (Laberinto, 2021; segunda edición, 2022) y Más malas lenguas (Océano, 2023). En 2019 recibió el Reconocimiento Universitario de Fomento a la Lectura, de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.

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