Es prioritario cambiar la actual dirección del ámbito educativo, donde el aspecto económico se coloca por encima del conocimiento

El fin de año representa un momento crítico para las instituciones de educación superior, siendo el tema económico el que más resalta en algunas de ellas, llevándolas incluso a las nada deseables escenas de paros, marchas y diversas manifestaciones.
Cuando en términos mediáticos lo económico se coloca por encima de lo académico en cuanto a las universidades se refiere, es porque el tema ha tocado un punto álgido, esto es, la figura del rector o rectora se co nvierte en una pieza política gestora de diversas reuniones donde el fin principal es tener mayor presupuesto, o al menos el suficiente para encarar los compromisos de fin de año, entiéndanse quincenas y aguinaldos.
En ese marco todas las demás noticias pasan a segundo término, incluyendo por supuesto lo que se refiere a lo académico, cultural, deportivo, y social que también se desprende de las instituciones de educación superior.
Y a esta gran batalla de lo económico, debemos sumar un elemento más al escenario, la credibilidad. El bombardeo constante en años recientes del presidente Andrés Manuel López Obrador con su conferencia de prensa mañanera como punta de lanza, ha hecho que una parte de la opinión pública así como el debate donde se ve envuelto la academia se polarice en México, lo cual se refleja en los medios de comunicación.
Se puede poner como ejemplo la narrativa presidencial que toca el “aspiracionismo”, los posgrados, y en general la educación superior que no ha salido bien librada. Y en contraposición a apoyar sobre todo en el ramal económico a las instituciones ya con solvencia moral, histórica y con infraestructura, prefiere invertir en modelos que dejan en tela de juicio desde la nomenclatura al llamarlas, por ejemplo Universidades del Bienestar.
Estas últimas, por cierto, si bien merecen nuestro respeto y atención quienes allí laboran y estudian, han saltado a escena nacional más por sus notas negativas que por los logros académicos, por ejemplo, que ya en 2023 veremos a las primeras generaciones graduarse.
El tema de la credibilidad también nos lleva obligadamente al de la presentación de pruebas, esto es, parece que la palabra no basta o que ya no tiene valor, quizá el exceso de promesas en campañas electorales, tanto fuera de los campus como dentro de ellos sean un referente en este tema, pues no empobrece prometer y el cumplir ya no es una obligación, sino que ahora se apoya más en las explicaciones, pretextos y justificaciones del por qué no se logran las metas.
Este fin de 2022 e inicio de 2023 tiene que ser un momento para que la vida universitaria retome fuerzas para ganar terreno en el rescate de la credibilidad y de lo académico, van de la mano a final de cuentas, y que sigan a su vez fortaleciendo los espacios educativos a lo largo y ancho del país, para así seguir dando forma a una amalgama social que participa transversalmente en el desarrollo de las actividades cotidianas de todos.
Las universidades tienen esa obligación, su comunidad tiene que ser ese referente de credibilidad que tanta falta le hace México y que por supuesto, lleva en el soporte académico la mejor carta de presentación, máxime si ello se pone por encima del tema económico que tanto resuena en la esfera pública.

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