Ezequiel A. Chávez, docente, escritor, jurista y rector de la entonces Universidad Nacional de México, falleció el 2 de diciembre de 1946.

Al empezar diciembre, pero en 1916, en Querétaro quedó establecido el conocido Congreso Constituyente de 1917, memoria de nuestra Carta Magna actual. Dato curioso, la primera reforma que se le hizo a nuestra Constitución tuvo como propósito crear la Secretaría de Educación Pública (SEP).
El 2 de diciembre, pero de 1946 falleció el maestro Ezequiel A. Chávez; de acuerdo con sus memorias, fue José Vasconcelos quien “logró entonces lo que fue el principal fin de mi colaboración: que fuera derogada la ley que suprimió el 5 de febrero de 1917 la Secretaría de Instrucción Pública de México”.
Es una época donde la Revolución admite la plasticidad del cambio; es decir, la Revolución no concluyé en 1917 con Carranza. La Constitución “carrancista” suprimió el ministerio dedicado a la educación del pueblo, pero al mismo tiempo, había una pléyade de revolucionarios dispuestos a recuperar y ampliar ese ministerio de educación. Por ello Vasconcelos reconoce en la SEP, el fruto de la revolución madura.
Antes de que Carranza llegara a la presidencia de la República, durante el breve gobierno de Eulalio Gutiérrez, Vasconcelos se ocupó de la cartera educativa y llamó a don Ezequiel, quien redactó y logró un consenso para un proyecto de autonomía de la Universidad Nacional, así como otro proyecto para federalizar la educación en México a cargo de un ministerio; es decir, un proyecto como la actual Secretaría de Educación Pública (SEP).
De acuerdo con las memorias de Vasconcelos “don Ezequiel Chávez escribió un libro impecable. Pero yo ya tenía mi ley en la imaginación. La tenía en la cabeza desde mi destierro de Los Ángeles antes de que soñara volver a ser Ministro de Educación”.
Es habitual considerar a Justo Sierra como el fundador de la Universidad Nacional, pero nuestra máxima casa de estudios no hubiese sido posible sin la labor de Ezequiel A. Chávez, pues, en 1903 fue comisionado por el gobierno mexicano para estudiar las grandes universidades de California, sus planes de estudio como su estructura organizativa, todo ello para tomarlas como modelo y crear nuestra propia universidad.
De hecho, don Ezequiel fue dos veces rector de la Universidad Nacional (UN), la primera de ellas, la más penosa, bajo el gobierno de Huerta, el usurpador. Ese breve periodo entre 1913 y 1914, concluyó con la presencia del escritor y fundador de la Conaliteg, Martín Luis Guzmán en el despacho del Rector:
“Martin Luis Guzmán, hijo de un valiente, leal y pundonoroso soldado que había muerto luchando en defensa del presidente don Porfirio Díaz, y que ahora ocupaba un puesto de importancia en el despacho de los asuntos de la Secretaría de Gobernación, se me presentó en la Rectoría para hacerme saber el propósito del nuevo gobierno de cambiar desde luego por otras personas, a quienes durante el gobierno que acababa de desaparecer habían tenido a su cargo importantes servicios”, nos cuenta don Ezequiel en sus memorias.
A la llegada de Carranza, el nuevo régimen lo orilla al destierro, pues, le arrebatan hasta sus clases en la preparatoria. Lo que eran los funcionarios de aquel tiempo, con más de 20 años dedicado a la educación, ocupando cargos decorosos como las subsecretarías y la rectoría de la Universidad Nacional, al ser suspendido de sus clases en la Preparatoria, don Ezequiel no tiene más medios para sostener a su familia que la migración, por lo que se va a buscar suerte a los Estados Unidos.
Al relevo de Carranza, Ezequiel regresa a México y continúa su acción educadora y funda la primera Facultad de Humanidades; en el conflicto entre Antonio Caso y José Vasconcelos, vuelve a ser rector de la Universidad entre 1923 y 1924. Su vida adulta es una apuesta por la educación como herramienta emancipadora.
En sus memorias nos expresa: “un hombre caracteriza su modo de ser no sólo por sus éxitos, sino por sus ensueños y sus ilusiones, lo mismo que se caracteriza también el medio social en que tal hombre, con próspero o con adverso suceso, vive”.
Su sentido del deber -a través de la educación- fue a prueba de todo. Antes de que Huerta lo llamara a la rectoría de la UN, durante la decena trágica, esos diez días cuando la Ciudad de México se encontraba a sangre y fuego, don Ezequiel no dejó de asistir a sus clases.
“En medio de las increíbles zozobras y angustias que por largos y acongojados meses habían hecho víctima a la ciudad de México, no había dejado ni un sólo día de cumplir mis obligaciones como profesor, fueran quienes fuesen las facciones políticas triunfantes o vencidas que ocuparan o desocuparan la ciudad, y fuera cual fuese el riesgo entonces en la calle, convencido como lo he estado siempre de que por encima de los gobiernos cambiantes y efímeros están los servicios y las obligaciones de orden social”.
Ese y no otro, fue Ezequiel Chávez Lavista, también miembro fundador de El Colegio Nacional, pilar de nuestro sistema educativo, maestro de maestros, formador de generaciones. Hoy, al empezar diciembre, lo recordamos con afecto.
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