Existe un Quetzalcóatl leyenda de la cosmogonía mesoamericana, pero también existe el Quetzalcóatl gobernante

Se dispuso a darle una nueva oportunidad a la humanidad. Descendió a los infiernos, murió y resucitó para salvar a los hombres y concretar la creación del Padre. Él fue desde antes de la creación del mundo. Quetzalcóatl, le leyenda, en el Mictlán rescató los huesos de las cuatro humanidades anteriores. Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, la persona, el gobernante, vivió entre el año 900 y 1000 de nuestra era, gobernó Mesoamérica, prohibió los sacrificios y las tierras daban mazorcas del tamaño de una persona.
Es 12 de octubre, un hito para el orbe. América fue el último continente en poblarse nos aventuran los antropólogos. El reconocimiento de este paraíso entre los demás pueblos completó la faz del mundo. Vale la pena saber ¿qué representa el encuentro de las culturas?
José Vasconcelos, el fundador de la SEP, reconocía en Quetzalcóatl —el gobernante— al “primer educador de esta zona del mundo”; en tiempos de Vasconcelos, el 12 de octubre era una efeméride de relevancia nacional, según lo relata la prensa de la época. Actos, conmemoraciones, festividades por todos lados. Siglos después de la Conquista -la larga noche de los 500 años- un centenario después de que Vasconcelos emprendiera la hazaña educativa; nuestros pueblos originarios parecen despertar de un largo e impuesto letargo.
El 12 de octubre siempre es propicio para recordar el pensamiento de Rodó, de Bolívar, de Martí, de Túpac Amaru, de Canek, de Morelos, de Galeano. Pero también con el afán de un crecimiento cultural, de reconciliar nuestro espíritu con el de Europa, ¿acaso será el mismo? El nuestro, el nativo -no lo busquemos en otro lado- pues lo encontramos diáfano, en la figura de Quetzalcóatl.
Primero, el Quetzalcóatl leyenda, el salvador. Como sabemos, en la cosmogonía mesoamericana, el mundo y la humanidad ha sido creada y destruida en cuatro ocasiones anteriores y, ésta es la quinta vez. Para que esta oportunidad fuera posible, Quetzalcóatl tuvo que bajar al inframundo a rescatar los huesos de las humanidades anteriores y, darle vida al hombre con polvo y sangre. Murió y resucitó en el intentó, pero lo logró.
Segundo (y dejamos de contar), Quetzalcóatl gobernante. En el segundo tomo de las Lecturas Clásicas para Niños que editó Vasconcelos hace 100 años, se cuenta:
“Nadie supo nunca de dónde había venido. Tal vez de otro país atravesando el mar en la estrecha carabela del milagro; pero como el sabio y prudente Quetzalcóatl enseñó a su pueblo las artes más difíciles como fundir y trabajar la plata, labrar las piedras verdes que se llaman “chalchivites” y otras hechas de conchas coloradas y blancas, el arte de trabajar las plumas de los pájaros fue elegido Rey tributándole desde entonces honores sin cuento”.
La estrella de la mañana
Es fascinante cuando se encuentran paralelismos entre culturas que vivieron en tiempos y territorios distantes y distintos. Entre Quetzalcóatl, Buda y Jesús los encontramos. Quien ha contemplado la danza de luz visible que ofrece el Sol, la Luna y Venus cada noche y cada alba; sabe la importancia que tiene esta estrella en el baile cósmico, inmediato, ante nuestros ojos.
Yeshua y Quetzalcóatl comparten características asociadas con la Divinidad. Ambos, a su partida se les identifica con el “Lucero de la mañana”, con Venus pues. Jesús, proclamó: “misericordia en lugar de sacrificios”, Quetzalcóatl, hizo lo propio.
Jesús convirtió el agua en vino, en los tiempos del gobierno de Quetzalcóatl, el algodón brotaba pintado de colores, ya no era necesario teñirlo: “cuentan que la tierra producía mazorcas de maíz del tamaño de un hombre, cañas altas y verdes como árboles, algodón de colores… y aves desconocidas de pluma y canto, por lo que nada faltaba a los habitantes de la dichosa Tula”.
Los tres: Buda, Jesús y Quetzalcóatl son enemigos acérrimos de la ignorancia. “La verdad os hará libres”, “La ignorancia es la base del sufrimiento”, se reconocen las máximas, ¿cierto? ¿Y Quetzalcóatl?… que nos lo cuente Martín Luis Guzmán:
“Fue Quetzalcóatl la individualidad, la personalidad representativa de lo mejor del pueblo tolteca y, acaso, de todos los pueblos indígenas mexicanos, según vivían en estas tierras antes de la llegada de los españoles.
Amante de la cultura, un rey que se dedicó a procurar el bienestar de su pueblo adiestrándolo en las artes manuales, descubriéndole la ciencia, y que trató de hacer felices a todos los que le seguían, para lo cual, les inculcaba las nociones del bien y de la virtud. Quetzalcóatl siguió simbolizando para su pueblo la bienhechora acción del saber”.
Ahora bien, hay quienes dicen que Quetzalcóatl es el símbolo de un estado de conciencia como lo es la “budeidad” o el “cristo interno”, sobre esta línea se confirma que el reino de Dios está dentro de los hombres, como afirmaba Yeshua. Quetzalcóatl es la serpiente emplumada y no el ave escamada, por una razón: la conquista del espíritu sobre la carne y no al revés.
La unión latinoamericana
Hace algunos días, en un evento público, la maestra Ana María Prieto (historiadora consumada), definía la Historia como un “proceso ontológico”; es decir, la historia es la disciplina que nos da cuenta de la “construcción del ser”, de los individuos y de los pueblos.
Bien, América cuenta con una profecía de unión de los pueblos indígenas del sur con los pueblos indígenas del norte. Es el águila y el cóndor, representados juntos, en el escudo de la UNAM, el cual, por cierto, también se le debemos a Vasconcelos junto con su lema: “Por mi raza hablará el espíritu”.
Cuando vuelen juntos el águila y el cóndor, América estará culturalmente unida, espiritualmente renacida. Quetzalcóatl como figura y símbolo, conciencia que atraviesa nuestros pasos, devenir e historia.
Decir que no se puede decir
Paz, compasión, desapego, bondad, servicio y probidad, son el hilo de convicción que comparten las tres figuras históricas que hemos mencionado. Estrella de la mañana, también lo fue el Prometeo helénico.
Los mesoamericanos precolombinos, también tenían un Dios inefable, creador de lo visible y lo invisible, dueño de lo cercano y lo remoto, salvador y dador de todo, “Hashem”, “Elohim”, dicen los judíos, Tloque Nahuaque, se decía en Mesoamérica, según cuenta la memoria del fuego, perenne como fuerza primordial. Inmortal bondad del espíritu santo como arcano.
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