Personas aparentemente felices y optimistas se suicidan y, con ello, sorprenden a sus parientes y amigos. Pero casi todos los nihilistas mueren en su cama o en un cuarto de hospital, muy bien atendidos, ya viejos, incluido el gran Cioran que se la pasó, infelizmente lúcido, reflexionando sobre el inconveniente de haber nacido. Publicó varios libros exitosos que se tradujeron a múltiples idiomas: libros leídos y amados por otros nihilistas teóricos por cuyas cabezas jamás pasó la idea de poner fin a su inconveniente de haber nacido. Por ello, no hay que tomar en serio, jamás, a quienes te incordian con eso de que la vida no tiene sentido. (Y ni siquiera al gran filósofo popular José Alfredo Jiménez cuando canta que “la vida no vale nada”). Precisamente porque están vivos, y porque no tienen entre sus propósitos quitarse la vida, son capaces de afirmar que la vida no vale nada; y están vivos porque, invariablemente, antes de cruzar una calle obedecen el rojo del semáforo o, en su defecto, se cercioran de que no viene ningún vehículo a toda velocidad sobre ellos. ¡Los nihilistas son precavidos! Por eso siempre llegan a viejos y mueren de decrepitud.
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Robespierre dijo: “Sólo conozco dos partidos: el de los buenos y el de los malos ciudadanos”. Armado de su fanatismo y de su guillotina, él obviamente se situaba en el bando de los buenos. Buenos, muy buenos, buenísimos asesinos. Cuando tenía la cabeza ya inmovilizada en el agujero de la guillotina, la historia le demostró (pero ya no tuvo tiempo de reflexionar en ello) que sólo existen dos bandos: el de los súbditos y el de los que ostentan o detentan el poder, y que la mejor prueba de tal tesis es que el que a guillotina mata, a guillotina muere.
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¿Qué quedará, pasado mañana, de los cantores que enaltecen los fusiles y hacen la apología de los matones? Esos Silvios que silban y tararean al compás monocorde de los fusiles y que escribieron letras para declamar lo bello que es el fusilamiento, el asesinato de los contrarios. ¡Obras de arte, silvas bucólicas nacidas de la revancha, el resentimiento y el rencor! Bueno, y también de la sumisión ante el poder, pues no hay nada más cómodo en una revolución armada que ponerse del lado de los vencedores y lamerle las botas al poder. Los que (por sus metáforas e imágenes los conoceréis) cantan al “granizo de plomo” y a las “lágrimas de plomo” y “su nombre y apellido son Fusil contra Fusil”, y no muestran ninguna vergüenza al apoyar a una tiranía asesina y policíaca y confunden el amor con el fanatismo homicida. Por ejemplo, ¿qué quedará de ese cuyo nombre y apellido es Silvio Rodríguez: el que banaliza el asesinato y lo hace pasar por lírica cuando canta la apología de las balas: “por amor se está hasta matando/ para por amor seguir trabajando”? ¡Y pensar que hay gente (y que nunca se acabará) que adora estas canciones, incluida esa que vive con todas las comodidades al igual que los cantores de la muerte! La vocación matona también es un oficio muy respetable (y lucrativo) entre los canallas, esos que tienen como último reducto a la Patria.
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El Che Guevara es admirable únicamente en los libros de Paco Ignacio Taibo II. En la historia verdadera es lo que es: un asesino crudelísimo. Es obvio que tenga admiradores.
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Quiebro una galleta de la suerte y me encuentro con un previsible mensaje del pensamiento positivo: “Siempre estará rodeado de buenos amigos”. Buenos amigos, sí, acepto sin dudarlo, pero tanto como “rodeado” es exagerar las cosas. No alcanzan mis amigos para envolverme haciendo rueda, para cercarme en círculo, que tal cosa es “rodear”. No lo lamento. Los mensajes de las galletas de la suerte están escritos por personas que suponen que es una gran gloria atraer multitudes: ¡toda una dicha! Pero lo que para muchos es un sueño, para otros es una pesadilla. Y en cuanto a la amistad, ésta no puede existir sin la verdad.
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A un amigo no hay que “tolerarlo”, porque la “tolerancia” ya implica sufrirlo y, a la vez, compadecerlo: verlo con lástima, pero sin ganas de verlo. Por ello la lástima no es un sentimiento noble ni una virtud, a diferencia de la generosidad que, invariablemente, es comprensión hasta cuando nos equivocamos. Así como no hay amistad sin verdad, tampoco la hay con subordinación o sumisión. Los “amigos” que perdemos no eran realmente amigos si, después de perderlos, no sentimos, para nada, que nos haga falta recuperarlos.
La falsa humildad es un pecado, a veces venial, y otras tantas, grave, pero en el caso de la autocomplacencia todos sus caminos conducen a la depravación, lo mismo al ciudadano común que al poderoso: así, el yoyoísmo, el egotismo, el narcisismo: la cínica autosatisfacción ante el público, que no es otra cosa que la exhibición del onanismo ante la concurrencia. Y no se dan cuenta los narcisistas, los yoyoístas, los egotistas, los onanistas, ¡no se dan cuenta, por Dios!, de que toda vanidad es una vulgaridad.
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El mundo sufre una involución en la cultura escrita que abarca incluso la caligrafía o el simple dominio de escribir un mínimo texto con un lápiz, un bolígrafo o una pluma fuente. No es difícil pronosticar que muchos hablantes y escribientes terminarán por perder el dominio de la escritura manual (el manuscrito), como consecuencia de la falta de uso, resuelta por los dispositivos digitales. Si, en todo organismo, con el tiempo, lo que no se usa se atrofia, en el aprendizaje y el uso cultural lo que se desecha desaparece. De hecho, escribir a mano es algo que ya no realiza muchísima gente. Hasta su directorio o sus contactos los tienen en el dispositivo digital, y se esfuman cuando pierden o les roban el teléfono “inteligente” que (¡no tiene por qué sorprendernos!) suele resultar más inteligente que sus dueños. Todavía escribo en libretas antes de pasar a la computadora mi escritura, y esto me convierte en el más primario homínido frente a los Homo sapiens sapiens. No lo lamento; al contrario, lo celebro. Esos que van tan a prisa ni siquiera saben a dónde quieren llegar: hay que avisarles que todos llegaremos al mismo lugar: corriendo o caminando, e incluso sin caminar.