Pionera en su temática especializada en este nivel educativo, antecedió a un boom en el crecimiento de las universidades

Puede leer aquí la Parte I
De acuerdo con lo expresado la semana pasada, la Revista de Educación Superior (RESU) nace en un contexto pequeño y poco diversificado, en comparación con lo que existe actualmente. Había una matrícula en ese nivel de 240 mil estudiantes en 1972, incluyendo a 6,000 de posgrado, contrastante esto último con los 380 mil de 2021 (de esta, 120 mil en instituciones públicas). La nueva publicación resultaba ser una rara avis en el mundo editorial de la época. Contadas instituciones incluían la temática dentro de publicaciones genéricas, como era el caso de las universidades Iberoamericana, Puebla y la UNAM. Existía ya, recién nacida, la Revista del Centro de Estudios Educativos a cargo de Pablo Latapí, la cual solía incluir textos sobre educación superior y universidades. Así, la RESU resultaba pionera y previsora en ese terreno.
Lo primero, ser pionera, por su temática especializada en ese nivel educativo, así como por hacer referencia a lo que sucedía en otros sistemas educativos en el mundo, principalmente en torno al estado del arte de las innovaciones y experiencias desarrolladas. Su segunda característica, previsora, se explica por el “boom” que significó, a partir de esos años, el notable crecimiento de la demanda de estudios superiores. Dicho crecimiento era producto de dos factores: a) la altísima tasa de aumento demográfico en esa época (3.1% anual) y, a su vez, el extraordinario incremento suscitado en el sistema educativo a partir del “Plan de Once Años” (expansión y mejoramiento de la educación nacional), implantado y diseñado por el secretario Torres Bodet, durante el sexenio de Adolfo López Mateos. Aquellas oleadas de niñas y niños que ingresaron a primaria en 1959 estaban ya tocando las puertas de las universidades, tecnológicos y normales en 1971. Inclusive, en ese tiempo se acuñó el término “explosión demográfica estudiantil”. Por eso, aún las estimaciones más confiables sobre progresión de la matrícula resultaban disparatadas un decenio después. Buena parte de los textos de la RESU se dedicaban a esos temas.
Los fundadores de la RESU fueron Alfonso Rangel Guerra y Leticia Algaba. El primero, exrector de la Universidad Autónoma de Nuevo León y, a la sazón, secretario general de la propia Anuies. La segunda, era una de sus más destacadas alumnas en la escuela de Filosofía y Letras de aquella institución. El contenido de ese primer número revelaba los nuevos aires que soplaban en la educación superior del país. De ese modo se abordaban: a) los objetivos de la educación superior (A. Rangel Guerra, O. Fuentes Molinar, Jorge E. Domínguez); b) el intercambio académico (M. A. Knochenhauer), estudio que sirvió de base para un posterior programa de la UNAM en beneficio de las universidades públicas del país; c) el currículum (F. García y R. Mercado); d) el papel de la UNAM en la formación de profesores (S. B. Robihnson); e) documentos (declaración de ministros de educación en la UNESCO; f) noticias nacionales y extranjeras.
En medio siglo la RESU ha tenido ocho directores que supieron transformarla y adaptarla a las nuevas circunstancias del entorno de la educación superior. Su mayor cambio se dio a finales del siglo, cuando Felipe Martínez Rizo asumió el mando de la publicación, logrando convertirla en una revista académica rigurosa incluida en índices y catálogos prestigiados. Una felicitación, por este conducto, para su actual director, Imanol Ordorika, su Consejo y Comité Editorial, así como a todo el equipo que continúa haciéndola posible.
Conclusiones:
Intemporalidad: llama la atención que, no obstante el tiempo transcurrido, las dos exigencias del subsector de educación superior, reflejadas en la RESU en 1971 (incremento de matrículas y calidad de la formación), continúan siendo una bandera u objetivo vigentes en este 2022.
Vaticinios: Una información dada a conocer en ese número inicial de la RESU sirve para evidenciar algunos de los éxitos de la educación superior, ocurridos en el periodo 1971-1981. Como se lee en uno de los artículos ahí incluidos (de M. A. Knochenhauer): las matrículas de ese nivel en aquella primera fecha eran ya de 244 mil alumnos y que “las estimaciones más confiables” la llevarían a medio millón en 1981. El dato oficial de este año fue de 811 mil (INEGI, 1994, Estadística histórica de México, I, 1994).
Innovación: como también se refleja en la RESU, una de las propuestas principales de la Anuies (Declaración de Villahermosa) y de la reforma educativa de la SEP, era la de “estructurar un sistema nacional de educación superior”. Este propósito solo ha podido cumplirse jurídicamente el año pasado, con la promulgación de la Ley General de Educación Superior.
Postdata: el homenaje que el INAH realizó a la Dra. Linda Manzanilla la semana pasada fue de una enorme relevancia. Alumnos y colegas de ella en el muy funcional y agradable Museo del Templo Mayor, a través de cuatro mesas redondas y dos conversatorios, se constituyó en una auténtica fiesta intelectual. El coloquio culminó el viernes con la intervención de tres prestigiados arqueólogos (Eduardo Matos Moctezuma, Manuel Gándara y Antonio Benavides) y la propia homenajeada. Todos ellos tuvieron intervenciones y testimonios memorables. Ojalá tuviesen una difusión audiovisual y escrita más amplia.
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