Fortalecer a la universidad pública

Afectadas por diversos factores de actualidad, las casas de estudio deben reconfigurarse para impulsar una inteligencia colectiva necesaria que enfrente los desafíos del futuro

Las instituciones de educación superior han llegado a un punto de inflexión.

La universidad pública y autónoma, reforzada, será crucial, definitivamente, para que se puedan sortear los desafíos del entorno difícil en el que vivimos los mexicanos. Para ello, requiere dinamizarse y hacer una valoración de cuáles son sus principales problemas en una sociedad del riesgo. Por ejemplo, como la heteronomía y el cuidado de la autonomía. Asimismo, plantear soluciones que orienten los cambios que sean necesarios y revisar las características que entorpecen el gobierno universitario y obstaculizan una participación comunitaria que subraye la cultura académica.

La pandemia, tengo la impresión, ha generado que se aprecien menos las tareas del gobierno universitario y que la comunidad sienta una mayor lentitud administrativa y burocratización. La inasistencia a las instalaciones ha roto lazos sociales y académicos, ha limitado las manifestaciones estudiantiles, dispersado a los académicos, y modificado las formas de enseñanza e investigación; ahora trabajamos con zoom, weblex, y otros instrumentos de este tipo, desde casa o desde una oficina. Pueden asistir a un curso cientos de estudiantes desde distintos lugares. Algunas dudas las responde en directo el profesor. Otras pueden hacerse llegar por correo electrónico, después de la clase, y se responden por la misma vía. La enseñanza remota ha traído la necesidad de avanzar en una pedagogía apropiada para los cursos en línea y en los métodos de evaluación. Los cambios docentes implican otros en la organización institucional

Hay que trabajar intensamente con los académicos para que se adecuen a la enseñanza remota, evitar sentimientos de anomía, hartazgo y maltrato a partir de las exigencias que derivan de la desconfianza de las evaluaciones y del control estricto, sin razón, como resultado de la desconfianza.

En fin, hay un sinnúmero de problemas y aspectos que deben corregirse con el firme propósito de fortalecer a las universidades, Y es que la buena academia tiene que ver con las condiciones de trabajo que brindan las instituciones y, entonces, con la administración y el gobierno de las casas de estudios. Me parece que, la flexibilidad organizativa y de mando, serán un requisito para cumplir con los principios y propósitos de la universidad pública.

Por lo pronto, la transformación de la universidad podría comenzar por reconocer que en ella hay una vida académica que se conjuga con relaciones sociales en el campus que muestran actividad política. Lo político impulsa el cambio institucional. Es el caso, por ejemplo, de los movimientos estudiantiles.

Asimismo, son actos políticos los cambios de rector. Éstos siguen distintas pautas, según las formas de gobierno y las normas establecidas para elegir a las autoridades, que son muchas en las universidades, pero casi siempre por medio de algún cuerpo colegiado. En la selección de directores también intervienen cuestiones políticas que tienen su especificidad según la forma de articulación social relacionada a cómo se realizan determinadas disciplinas y cómo se ponderan por la institución.

El punto es que el desarrollo de las universidades públicas ha llegado a una etapa donde se muestran rasgos que impiden la buena marcha de la academia, ganancias en capacidades para producir y transmitir conocimiento pertinente a los entornos sociales en los que se encuentran las instituciones.

Ha habido universidades públicas que estuvieron sometidas a períodos largos de inestabilidad por conflictos entre los grupos de interés internos y externos derivados del acceso al poder universitario. En otras, la excesiva centralización en la toma de decisiones ha desgastado a la autoridad al punto de que se traban las iniciativas para el avance de la academia. Y hay un tercer grupo en el que la diversidad, las ramificaciones en el territorio y el tamaño de las instituciones ha implicado una fuerte burocratización, lo que significa que la administración se sobrepone a la academia e impide su movimiento o lo hace mucho más lento. Estos rasgos deberían reconocerse, estudiarse y superarse para que las instituciones gocen de mejor salud y puedan establecer acuerdos para llegar a acuerdos y liberar las fuerzas que acarrea la proliferación del conocimiento.

Se trata de construir estructuras de gobierno en que las autoridades encargadas de dirigir una institución y sus partes gocen de legitimidad, tengan respaldo para sus gestiones, que no sean arbitrarias, rindan cuentas, favorezcan y actúen para que no exista el patrimonialismo, combatan la discriminación de género y clase. Animen la colegialidad, la participación de académicos y estudiantes en las decisiones de su entidad, bajo el mismo principio de autonomía que existe para la universidad, que se busque que los representantes de la comunidad sean representativos de la misma. Y, por último, no menos importante, que se cultive un ethos académico que, junto con lo anteriormente dicho, genere identidad y dignidad institucional frente al exterior.

La academia universitaria ha caminado por la vía de la competencia y el mérito. La pandemia impulso el individualismo. Eso no ayuda a la formación de una inteligencia colectiva necesaria para el abordaje de proyectos de largo alcance sobre la problemática nacional y local que combinen humanidades y ciencias.

Sobre la firma
Programa Universitario de Estudios sobre la Educación Superior | recillas@unam.mx | Web

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