Uno de los objetivos principales de la estrategia Vive saludable, vive feliz es erradicar la comida chatarra de las escuelas del país. De acuerdo con una encuesta realizada por la Secretaría de Educación Pública (SEP), el 86 por ciento de los planteles de educación básica y media superior ha dejado de vender comida chatarra en sus cooperativas escolares. En esta entrega, buscaremos dimensionar el tema.
Gran parte de lo que somos como sociedad se lo debemos a nuestro creciente interés por dominar la naturaleza. El manejo del fuego impulsó el desarrollo industrial, estimuló el salto del oficio a la industria, de la magia a la ciencia, de la alquimia a la química. La aleación de hierro con carbono creó el acero, y con el acero se construyeron máquinas que crearon otras máquinas.
Este “desarrollo” ha hecho que, desde 1980, la humanidad haya superado la capacidad bioecológica del planeta. Sin embargo, la superproducción no ha asegurado el bienestar de nuestras sociedades. En el mundo sigue habiendo poco más de 180 millones de niños menores de cinco años que viven en pobreza alimentaria.
¡180 millones de niños menores de cinco años! La cifra es escalofriante. Con ella se supera la población de países como Rusia, Japón o México. De los 8 mil millones de personas que habitan actualmente el mundo, cerca de 3 mil millones están mal alimentadas, ya sea por defecto o por exceso.
Esta superproducción no ha erradicado la muerte por hambre. Se estima que todos los días, 24 mil personas fallecen por causas relacionadas con la desnutrición, lo que equivale a casi 9 millones de muertes al año.
En contraste, se podría decir de nuestro país que cada año los padres de los niños mexicanos gastan 20 mil millones de pesos en comida chatarra. ¿Ese dinero es mucho o es poco? Consideremos que, en 2006, las elecciones federales costaron 12 mil millones de pesos.
Cifra en realidad modesta si se le compara con los 23 mil millones de dólares que costaron los activos de Wrigley, afamada fábrica de goma de mascar. ¡Hablamos de chicles! Si consideramos todo el ramo de confitería y botanas, hablamos de cerca de 209 mil millones de dólares anuales.
El costo ambiental
Desde hace dos siglos, el capitalismo industrial ha explotado el subsuelo, de tal forma que hoy día los combustibles fósiles aportan el 80% de la energía que consume el mundo y, a una escala tan acelerada, que cada año —entiéndase la metáfora— utilizamos el equivalente a cuatro siglos de plantas prehistóricas.
Este consumo desmesurado de hidrocarburos ha terminado por convertirse en lo que los científicos denominan calentamiento global. La alteración de los ecosistemas, el incremento del efecto invernadero, el derretimiento de los polos, la pérdida de biodiversidad: consecuencias directas de un modelo de “desarrollo”.
Para la humanidad, el tema es más que relevante: es una película de terror. No se trata de plenitud, de realización, de encontrar la felicidad; es la supervivencia pura y dura. Una búsqueda en Google tiene un impacto ambiental, deja una huella de carbono.
Por ahora, el ecosistema digital representa menos del 4% del consumo energético global, pero sus emisiones ya superan 1.5 gigatoneladas de dióxido de carbono, lo que lo coloca por encima de sectores como la aviación o la minería.
Las industrias de alimentos ultraprocesados y comida chatarra generan entre el 3% y el 5% del total de emisiones industriales de CO₂, lo que equivale a aproximadamente 210 a 350 millones de toneladas anuales.
De hecho, los alimentos ultraprocesados generan entre 30% y 50% más emisiones que los alimentos frescos, debido a cultivos intensivos (maíz, soja, azúcar); procesamiento industrial (cocción, refrigeración, envasado); empaque (plásticos, cartón, aluminio); transporte y distribución (cadena de frío, distancias largas).
Ahora bien, decíamos que la industria de la confitería y botanas genera anualmente 209 mil millones de dólares. Bien, entre la publicidad y el entretenimiento digital, las ganancias llegan a casi 1 billón de dólares anuales.
La siguiente es una escena de un jueves o un sábado por la noche: papas, palomitas, refresco y un videojuego, una película o una serie. Ese confort, símbolo de la postmodernidad y el progreso consumado, nos está destruyendo.
Una proyección rápida nos dice que se necesitarían 80 mil millones de árboles creciendo durante un año para compensar las emisiones de dióxido de carbono globales.
Plantar 80 mil millones de árboles al año sería más de cinco veces lo que se planta actualmente. A esto debemos sumar la huella de carbono que deja la industria de la comida chatarra, más la huella de carbono de nuestras industrias generales, como la generación de electricidad.
¿Tenemos tiempo?
Es muy sencillo: o cambiamos de hábitos, o captamos energía de otro lado, o abrazamos el colapso. Se dice que la distopía une más que la utopía, porque la utopía se entiende como la felicidad única en la que no todos estamos de acuerdo; mientras que la distopía es la catástrofe que a todos nos une.
Si tenemos criterio y palabra, con ello nos alcanza. La pregunta es si tenemos tiempo. La vida sigue, el mundo no se detiene, menos aún si consideramos las ganancias de esas industrias que nos confortan como un helado de cereza en un mal día.
Hasta aquí este tropezado análisis que, deliberadamente omitió los temas de salud pública asociados a la comida chatarra, ya habrá oportunidad, mientras tanto, un abrazo.
