González Casanova: Una Evocación

Hace más de 14 meses (Campus 936, febrero 17, 2022), cuando Don Pablo cumplió 100 años, escribí un texto para conmemorar tal acontecimiento. Ahora, a unos días de su fallecimiento, cuando se han escrito decenas de artículos y notas en torno a su vida y su obra, quise referirme a esa misma temática. Pero ya estaba ahí, en ese número 936, y creo que no podría agregar más, particularmente, porque allí abordaba una faceta poco conocida y que no ha sido abordada en esos artículos y notas. Se trata del puesto de secretario general que ocupó en la Anuies, posición desde la cual se fortaleció esa institución, la cual tenía tres años de haber sido fundada. En función de ello, a continuación, incluyo ahora ese artículo.

Pablo González Casanova en la Anuies
El viernes pasado Don Pablo llegó a los cien años de vida. Una trayectoria cargada de realizaciones y actividades que el centenario sólo ha matizado pero no disminuido. Su voz se escucha cada vez con más respeto y su presencia resulta indispensable en las causas democráticas del país. El cumpleaños ha sido el detonador para evocar o recapitular la biografía de este mexicano ejemplar. Entre los muchos textos relativos al acontecimiento sobresalen el suplemento especial del periódico La Jornada o el micro-sitio que sobre su persona ha abierto la UNAM. En ellos se resalta su muy relevante trayectoria académica (autor de libros ya clásicos como La democracia en México o La sociología de la explotación), sus cargos (director de la Facultad de Ciencias Políticas y rector de la UNAM) y su excepcional actividad docente (universidades de Oxford, Cambridge, París, New School for Social Research). Sin embargo, muy poco se menciona en torno a lo que fue su primer puesto directivo: secretario general de la naciente Anuies durante los años 1953-1954. ¿Cómo llegó allí?

Como lo sugiere Luis Hernández Navarro en su espléndido apunte biográfico incluido en el Suplemento de La Jornada. Con González Casanova estamos ante una personalidad con una formación heterodoxa, hasta el fin de su primera juventud: “En su niñez un pésimo estudiante al que su padre sacó de la escuela por flojo”. Como remedio, fue enviado a un taller de carpintería para aprender el oficio. Ante el desastre por su “ineptitud manual”, la vuelta a la escuela fue el paliativo, pero tuvo que aprender a boxear “para defenderse de un buleador que lo hostigaba”. Huérfano de padre a temprana edad, tuvo que estudiar contabilidad en una escuela técnica y desempeñar el puesto de ayudante de cajero en el Banco de Londres y México.

Con ese bagaje de vida volverá a la senda escolar: cursó la secundaria en dos años, la preparatoria en uno, llegando hasta el segundo año de derecho. Aparecía, ahora sí, un problema estrictamente vocacional: en ese momento resolvió ser historiador y el Colegio de México y la ENAH fueron su estación de paso. Allí “aprendió a trabajar para pensar, a investigar lo que no sabía, escribir de lo que estuviera seguro y descubrir errores”. Fue luego a estudiar a Francia y escribió una tesis que fue asesorada por el gran historiador Fernando Braudel. Regresó al país, incorporándose al Colegio de México como profesor. En 1953, el rector de la UNAM y presidente de la Anuies, Nabor Carrillo Flores, le invita para ocupar la Secretaría General de esa organización. Tenía una semana de haber cumplido 31 años y ya se vislumbraba como la joven promesa de la ciencias sociales en el panorama nacional. Va a compaginar sus trabajos académicos con las tareas de la Asociación, fundada tres años atrás.

En nombre del presidente de Anuies, y de la treintena de rectores y titulares de las instituciones integrantes, tiene que gestionar lo que en ese momento eran tres tareas acuciantes para todo ese conjunto: a) el financiamiento para las IES públicas; b) el problema del bachillerato en el país; c) la necesaria conversión de varias de las instituciones de educación media superior que aspiraban a convertirse en universidades en las entidades federativas. Esto significaba convencer al secretario de educación pública (José Angel Ceniceros) en el recién iniciado sexenio, pero también a los gobernadores de los estados. La gestión del nuevo secretario general (era el segundo en la breve historia de la organización) tuvo éxito. El primero de septiembre de 1953, al rendir su primer informe de gobierno, el presidente Ruiz Cortines acepta que era indispensable incrementar los subsidios federales a las IES de las entidades federativas.

Con ese acto se daba vida a lo que había sido un principio fundamental del Artículo Tercero (reformado en 1946) y se le otorgaba vigencia a la declaración básica de la Anuies al fundarse en 1950: “… es función primordial del Estado el que debe proveer suficientemente para la atención de las necesidades materiales de los establecimientos de educación superior”. Algo similar sucedió en las entidades federativas. Con ello se despejaba el camino para que el financiamiento federal se fuese incrementando a lo largo de ese sexenio. Pero no sólo en esa materia, financiamiento, tuvo éxito; otro tanto sucedió en lo referente a la creación o conversión de nuevas universidades.

A casi dos años de su gestión, González Casanova se retira de la Secretaría General para volcar sus energías en la UNAM. Dos años y medio después se convierte en director de la entonces Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales (1957-1965), luego es designado director del Instituto de Investigaciones Sociales (1965-1970), para finalmente llegar a la Rectoría, en abril de 1970. En este 2022 se cumplirá medio siglo de haber dejado la rectoría. En todo este periodo, don Pablo no ha cesado de hacer ciencia social, coordinar trabajos y estudios, así como pugnar por causas democráticas, ya que, como lo resaltó alguna vez Miguel Angel Granados Chapa: “… practica cotidianamente una de sus convicciones, que consiste en no separar el examen racional de los fenómenos sociales de la adopción de una actitud de compromiso social”.