No dejes de mirarme, de Von Donnersmarck: El arte atrapado entre la propaganda y el esnobismo

Una vez más, el director nos muestra que el verdadero poder del arte radica en la capacidad de revelar algo que está más allá de la superficie

Tom Schilling es un pintor que buscaráconstruir su propio camino.

En el 2006 el entonces joven realizador alemán Florian Henckel von Donnersmarck maravilló a la crítica y a los cinéfilos con su primer largometraje La vida de los otros, Mejor Película Extranjera en la edición de los Oscares del año siguiente. Autor él mismo del extraordinario guión que nos sitúa en la Berlín del Este, a escasos años de la caída del Muro, condensa una aguda crítica a un sistema autoritario ya en plena descomposición, de frente a la radical experiencia de un espía de la Stasi que cae en desgracia cuando empieza a sentir empatía por los artistas e intelectuales a quienes en su condición de enajenado sabueso está obligado a vigilar. En contra de lo esperado, se trata de su proceso de humanización, de su ascenso a otro nivel de sensibilidad, aunque ello implique paradójicamente su desplome dentro de un engranaje donde no le es permitido pensar ni sentir, sólo obedecer.

Después de un largo silencio a raiz de su incursión en el mercado estadounidense tras el gran éxito de su debut, este talentoso realizador vuelve a su país y retoma el camino abandonado más de una década atrás. No había tenido oportunidad de ver este feliz retorno que supuso su largometraje No dejes de mirarme, del 2018, un autentico reencuentro consigo mismo, con su más personal voz, con los temas que están en su ADN y le obsesionan. Sólo que ahora su historia empieza más atrás, en una mucho más larga línea de tiempo que va desde la plena supremacía del Nazismo y su ulterior caída —con el terrible costo de la Segunda Guerra Mundial—, pasando por la consecuente instauración del comunismo y la dominación soviética, para acabar con el triunfo capitalista que igual encarna sus propios vicios y contradicciones. Su tesis central pareciera ser, como la realidad misma se ha cansado ya de confirmárnoslo, que no existe sistema perfecto, toda vez que ha sido el propio ser humano, con todas sus imperfecciones a cuestas, el único constructor de toda clase de imperios impositivos, de ideologías y fanatismos, de utopías y sus consecuentes fracasos, porque en su naturaleza está el ser capaz de dar vida tanto a lo más sublime como a lo más grotesco.

Sin tratarse precisamente de La vida de los otros, una verdadera película de época por el tema abordado y la manera de hacerlo, circular en su confección por donde se le vea, No dejes de mirarme tiene los mejores atributos de un cineasta capaz y consistente, honesto a la hora de abordar los asuntos que estan en su radar de pasiones y de fobias. Se trata de una honda reflexión sobre las presiones externas y hasta internas que persiguen al artista y a la creación, atrapados entre toda clase de propagandas ideológicas y/o esnobismos consumistas, de jaloneos circunstanciales que igual los nutren y condicionan. Cuando se han liberado de uno, entonces aparece otro, y despues otro más, convirtiéndose la libertad creadora las más de la veces en una mera ilusión, en un espejismo, y cuando por fin han creído romper con esas ataduras, llegan entonces, como represalia, el descrédito y la satanización, el exilio y el defenestramiento. Uno de los temas nodames de la película será entonces la subjetividad creadora, y conceptos a veces no menos vagos como la verdad en contraste con la realidad, recordándonos ese hermoso gran ensayo de Vargas Llosa La verdad de las mentiras, porque el arte de adeveras establece otras vías menos ortodoxas y a la vez más ciertas de reflexión en torno al mundo y a los acontecimientos tangibles o inasibles, a la vida que corre sin freno, tras la búsqueda de lo cierto, de la esencia del ser, en palabras de Kundera

Como el dramaturgo de La vida de los otros, a quien da cuerpo el formidable Sebastian Koch que aquí interpreta a su antítesis, un acomodaticio y cínico médico al servicio del mejor postor, el pintor de No dejes de mirarme, que encarna el extraordinario joven actor también alemán Tom Schilling, buscará romper amarras y construir su propio camino, con todo lo que ello implique de por medio. Y a diferencia de la anterior musa trágica a quien dio vida consistente la bella Martina Gedeck, la de ahora, a quien lo hace la no menos hermosa y también estupenda actriz Paula Beer, consigue en cambio sobrevivir en la adversidad y convertirse en vital ancla para el revolucionario e inquieto artista plástico —inspirado en el ya nonagenario y todavía en activo Gerhard Richter— en cuestión Kurt Barnert.

También por qué no un autorretrato, pues toda buena obra es en mayor o menor medida autobiográfica (“Sólo lo subjetivo es arte, si no, sería artesanía”, afirma el propio Donnersmarck a través de uno de sus personajes secundarios), No dejes de mirarme supone la propia búsqueda del cineasta. Y tiene razón, porque aun las obras en apariencia más objetivas o menos subjetivas, como quiera etiquetárseles, responden por igual a una necesidad de expresión, de búsqueda del Yo en el afuera y/o en el adentro. Esto y mucho más nos ofrece esta segunda película del gran realizador alemán, pues las intermedias fueron encargos donde si acaso podemos reconocerlo (incluida su exitosa El turista, apenas un guiño hollywoodense, con Angelina Jolie y Johnny Depp), y por este camino creo que todavía tiene mucho por delante que decir, despues de un largo paréntesis de sequedad. Entonces si el personaje protagonista tiene mucho de Richter (el maravilloso soundtrack es de otro Richter teutón, Max, uno de los músicos más interesantes de su generación, como su paisano y algo mayor Hans Florian Zimmer), de igual modo resulta siendo el alter ego del cineasta, porque igual se reencuentra cuando vuelve a crear lo que verdaderamente le interesa y está agazapado dentro, en cuanto reflejo de su personal exploración existencial.

El poder del arte, del verdadero arte, nos dice Von Donnersmarck tanto en La vida de los otros como en No dejes de mirarme, radica en la capacidad de revelar algo que está más allá de la epidermis de las cosas, en los llamados interlineados de la creación, algo que trasciende la técnica y el discurso vacuo de cualquier propaganda o esnobismo. Su poder está en “mostrar la verdad”, como en su niñez se lo reveló su lúcida e hipersensible tía antes de caer en desgracia: “Ahí donde hay algo verdadero, ahí está el arte y está también la belleza”.

De vuelta al cine de autor, luego de una en su caso fallida parada en Hollywood que lo había llevado al silenciamiento, sin encontrar nada verdaderamente válido qué decir en el camino, No dejes de mirarme ha representado para Florian Henckel von Donnersmarck algo así como una tabla de salvación, una vuelta al ruedo de la creación personal, en un valioso proyecto donde lo acompaña de igual modo el creativo fotógrafo y también director Joseph Cabel Deschanel. Para quienes lo admiramos y le extrañábamos, después de ese gran llamado de trompeta que significó La vida de los otros, una auténtica revelación, para mí en lo particular ha significado reencontrarme con un cineasta que creo tiene cosas importantes que decir y me gusta mucho, reconciliándonos con un cine que de vez en vez pareciera en vías de extinción, un mero embeleco del siglo XX, parafrasenado a mi querido y admirado Fernando Vallejo. Es una gran película sobre el poder de la creación, de su necesidad imperiosa de volver al orden lo que es caos, y por qué no de un séptimo arte que se niega a ser desplazado, por más que sus canales de expresión se hayan diversificado y cuente ahora con otros medios a su alcance.

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Escritor, periodista, editor | Web

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