Durante cinco décadas el centro ha impactado al progreso de las ciencias sociales en el país, las cuales nos ayudarán a determinar nuestro futuro.
Ayer miércoles, el Centro de Estudios Sociológicos (CES) de El Colegio de México (Colmex) celebró medio siglo de existencia. Sin duda, desde su fundación, el trabajo que han realizado sus académicos, estudiantes y directivos ha contribuido a engrosar el corpus del conocimiento de las ciencias sociales y ha coadyuvado a comprender y atender lo que pasa en la región latinoamericana. Un balance histórico me permite asegurar que la labor docente realizada ha sido muy destacada pues, entre sus egresados, hay quienes han tenido una alta producción intelectual y vocación de servicio público.
En 1973, Victor L. Urquidi presidía el Colmex. Su decisión de convocar al destacado antropólogo y sociólogo Rodolfo Stavenhagen, para que dirigiera el Centro, fue determinante del rumbo académico que desde entonces tomó, y del reconocimiento que logró, y conserva, como uno de los principales núcleos de investigación social en México. Para cuando Rodolfo llegó a la dirección del CES había pasado por Brasil y publicado un breve e importante texto titulado “Siete tesis equivocadas sobre América Latina”, que abrió campo para estudiar la región.
Siendo investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, mi trabajo cotidiano lo hacía en El Colegio, donde se concentró la etapa de campo del proyecto sobre Migración Interna a Ciudad de México, en el que participaba junto con Orlandina de Oliveira y Claudio Stern. Los resultados del proyecto fueron reportados en el libro “Migración y Desigualdad Social en la Ciudad de México”.
En el origen del CES estuvieron, igualmente, Ricardo Cinta, quien realizaba una investigación sobre empresarios y José Luis Reyna dedicado al estudio del sistema político mexicano. El golpe militar en Chile y las dictaduras en Latinoamérica expulsaron a muchos científicos sociales. El CES pudo invitar a algunos, otros llegaron después. Pero en el conjunto, el Centro se enriqueció con Fernando Cortés, Jorge Pádua, Vania Salles, Nelson Minello, Hugo Zemelman, Francisco Zapata, Ma. Luisa Tarrés. Más adelante, se incorporaron Vivian Brachet y Marielle Pepin.
El CES, desde su fundación, se creó como un espacio en el que había preocupaciones teóricas al tiempo que se impulsaba el uso de instrumentos y modelos estadísticos de
avanzada. Estaban en voga la teoría de la modernización y la teoría de la dependencia. Germani, Cardoso y Falleto. En México, sin duda, la “Sociología de la Explotación” de Pablo González Casanova y “Las clases sociales en las sociedades agrarias” de Rodolfo Stavenhagen, eran, y siguen siendo, lecturas obligadas. Aníbal Quijano y José Nun resaltaron el análisis de la marginalidad. Los trabajos de científicos sociales brasileños, como Francisco Weffort, Juarez Brandao Lopez, Francisco de Oliveira, Glaucio Soares, tuvieron influencia en los jóvenes sociólogos que nos iniciábamos como investigadores.
El ambiente intelectual del CES permitió discutir, en seminarios de investigadores, una buena cantidad de obras de los mexicanistas norteamericanos. Cito autores como Ai Camp, Almond y Verba, Hansen, Reynolds, Wilkie y Vernon. Tres ejemplos más fueron las obras de Tannenbaum, Brandenburg y Padgett. Al mismo tiempo, se integró un seminario, al que asistí un par de años, para leer los tres tomos de El Capital de Marx.
En fin, podría decir que, al inicio de mi carrera como investigador, tuve un período en el CES que mucho contribuyó a mi formación y a lo que soy actualmente como sociólogo. Lo cual agradezco. Me abrió perspectivas académicas plurales y rigurosas, así como relaciones personales con colegas, amigos, a los que les tengo un profundo respeto y reconocimiento intelectual.
Desde mi punto de vista, el CES consiguió integrar un equipo de académicos de primer nivel, que se ha empezado a renovar. Es un punto de referencia cuando se quiere acceder al conocimiento de temas y problemas como la desigualdad social, la migración, la familia, la cultura, los movimientos sociales, las políticas públicas, cuestiones de género, educación, sistemas de dominación, fuerza de trabajo y mercados laborales. Su programa de doctorado tiene en cuenta los puntos de frontera académica de la sociología, pero también enfatiza la lógica de investigación, la metodología y las técnicas de trabajo, con una apertura amplia de enfoques en la disciplina.
El CES ha tenido una fuerte producción de libros en su historia. Recientemente, llamaron mi atención “La movilidad y la violencia contra las mujeres en los espacios públicos de la Ciudad de México”, “Entre la desilusión y la esperanza: jóvenes en una sociedad desigual” y “Ficciones democráticas. Un estudio sobre desigualdades sociales tornadas en asimetrías políticas”. Y no puedo concluir sin mencionar la Revista de Estudios Sociológicos, que marca pautas en la difusión del conocimiento disciplinario y en la cual siempre encuentro algo de interés para mi lectura.
El CES hace parte de la historia de la sociología en México. Habría que retomar su trayectoria para entender la influencia que ha tenido en el progreso de las ciencias sociales en el país y para discutir dónde estamos y qué sigue a partir de nuestro rico pasado.
¡Muchas felicidades!
