A sus 27 años, Simón Salinas Escandón, estudiante del décimo trimestre de Políticas Públicas de la Unidad Lerma de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), debutó en el Maratón Internacional de la Ciudad de México, pero su carrera no se mide solo en minutos, sino en años de esfuerzo, en días de entrenamiento, en kilómetros recorridos con fe y disciplina.
Con una marca de 3 horas y 18 minutos, participó en la carrera en una Ciudad de México que ese día no despertó con el sonido de los claxons ni con el bullicio habitual de sus avenidas; era el día del maratón, donde más de 30 mil corredores se dieron cita para recorrer los 42 kilómetros desde Ciudad Universitaria hasta el Zócalo capitalino.
Entre todos los asistentes, uno o varios llevaban algo más que energía en las piernas; en este caso portaban el orgullo de su Universidad, el peso de una historia personal, y el deseo de cruzar la meta con el corazón en alto. Simón cumplió con una carga emocional que iba mucho más allá del cronómetro; su historia es la de un joven que decidió que el deporte no debía estar peleado con la academia, que correr podía ser también una forma de pensar y de construir política pública desde el cuerpo.
Aunque no es un atleta profesional, es un universitario que eligió que su cuerpo podía ser tan disciplinado como su mente. “Quería demostrar que el tiempo de mi entrenadora, de mi familia y de mi escuela no fue en vano”, afirmó en entrevista con la voz firme de quien sabe que cada zancada fue un acto de gratitud.
Su entrenadora, Marisol Guadalupe Romero, atleta olímpica mexicana, lo acompañó desde abril en un proceso riguroso que incluyó entrenamientos en cerros, planos, lugares elevados y sesiones de terapia. “Corría entre 130 y 140 kilómetros por semana. Al día, entrenaba unas cuatro horas”, narró.
Pero más allá del esfuerzo físico, Simón corrió con una motivación íntima: su sobrina Emilia. A ella, a su familia, sus padres -a quienes también les gusta correr- y a Marisol les dedicó la medalla que colgó de su cuello al cruzar la meta. “Cada paso fue por ellos”. No lo dice como una frase hecha; lo indica como alguien que sabe que detrás de cada logro hay una red de afectos que sostiene, empuja y acompaña.
Una rutina entre libros y kilómetros
Su rutina diaria entre la academia y el deporte; inicia temprano en sus clases, cumple con sus actividades universitarias y luego entrena. “Al principio descansaba los domingos, después corría todos los días”, relató. Aunque dejó de lado el gimnasio por falta de tiempo, sabe que para futuros maratones deberá incorporar más trabajo de fuerza.
Su evolución como corredor comenzó a los 10 años, en forma recreativa, sin embargo, en la Universidad decidió profesionalizar su pasión. “Quería terminar mi licenciatura y al mismo tiempo entrenar con seriedad”, anotó.
Salinas Escandón ve en el deporte una herramienta para mejorar la vida universitaria. “Los primeros días de ejercicio te sientes más feliz, con más energía. Correr te transforma”, aseguró. Por eso, invita a sus compañeros a sumarse a iniciativas que promueven el ejercicio como parte de la formación integral. “No todos tienen que ser atletas, pero todos pueden sentir la energía que da moverse”.
Durante el maratón, Simón portó con orgullo la camiseta de la UAM. “En varios puntos lo único que escuchaba era ‘¡Vamos UAM!’”, reseñó con emoción. Para él, representar a su universidad en un evento de tal magnitud fue un honor. “La playera no solo llevaba mi número, llevaba una responsabilidad. Ver a tantos corredores que no pudieron terminar y yo cruzar la meta con los brazos en alto me hizo sentir muy feliz”.
La Unidad Lerma de la UAM lo apoyó con los tenis, los geles y la camiseta, por lo que reconoció que el respaldo institucional fue clave. Comentó: “Me gustaría que la Universidad tuviera un circuito seguro para entrenar. Eso ayudaría a muchos estudiantes que quieren trotar o caminar”; y lo hizo pensando no solo en los corredores de alto rendimiento, sino en toda la comunidad que podría beneficiarse de espacios seguros para moverse.
Antes de correr, Simón compartió que imaginó la carrera, visualizó los kilómetros. “Y al final, abrazar a mi familia. Eso me recuerda que tengo que llegar a la meta”, además en la competencia, se integró a grupos de corredores y compartió palabras de aliento por lo que “el running también construye comunidad”.
De la Ciudad de México a Boston
En el kilómetro 35, cuando el cuerpo ya no responde y aparece “la pared”, ese momento en que las piernas se duermen, el agua ya no hidrata y los brazos pesan, Simón corrió con la mente. “Solo te queda la fe, la energía mental, y pensar en tu familia”, no recuerda con precisión si fue en Chapultepec o cerca del Monumento a la Revolución, pero sí que fue ahí donde la carrera dejó de ser física y se volvió mental.
Su tiempo de 3:18 lo acerca a una nueva meta; el Maratón de Boston. “Necesitaba correr por debajo de 3:25 para clasificar. Me pegué a un grupo, cuidé mi ritmo, y lo logré”, puntualizó con una sonrisa que mezcla orgullo y humildad. Para Simón, el maratón no fue solo una carrera, fue una prueba de carácter, una celebración de la ciudad, y una afirmación de que los sueños se construyen paso a paso.
Aunque este fue su primer maratón, no será el último. “Quiero seguir entrenando, mejorar mi tiempo, y representar a la UAM en otros escenarios”, correr no es solo una actividad física, es una forma de pensar, de construir, de representar.
Por último, el director de Comunicación Social de la Rectoría General de la UAM, el maestro Gerardo Sánchez Trejo, le entregó una camiseta como reconocimiento a su esfuerzo y lo invitó a participar en la próxima edición de la Carrera Atlética de 5 y 10 kilómetros de la UAM, que tendrá lugar en la Avenida Reforma.
Alejandro Espinoza Sánchez