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Rectores: política, espectáculo y narrativa

Estos episodios periódicos de balances de logros y déficits se han convertido en ceremonias de legitimación esencialmente políticas

Desde hace tiempo, los informes ya no sólo están dirigidos a la comunidad.

Los informes rectorales en las universidades públicas estatales constituyen momentos importantes de la vida institucional y de sus entornos políticos locales. Son episodios de balance más o menos puntual de logros y déficits, de enumeración de avances de una gestión rectoral, de los faltantes que aguardan por resolverse en el tiempo que resta de su administración. Pero los informes son mucho más que eso. Marcan los tiempos institucionales, reúnen a las fuerzas vivas universitarias, convocan a los actores políticos, económicos y sociales del entorno. Son espectáculo y memoria, rituales de legitimación, coyunturas para afianzar liderazgos o anticipar las oportunidades a los interesados en ser considerados como próximos rectores, rectoras, o para ocupar altos cargos directivos universitarios. Más allá de su carácter rutinario y solemne, los informes son ceremoniales esencialmente políticos, que marcan el ritmo, la lógica de los comportamientos de los actores y las agendas por la disputa o el ejercicio del poder institucional.

En estos espectáculos el rector o rectora son inevitablemente las estrellas del momento. Son oportunidades para mostrar su carácter, creencias y convicciones, su capacidad retórica, su precisión sobre las métricas del desempeño institucional de un año a otro. Pero sus invitados también importan. Desde hace mucho tiempo, los informes ya no sólo están dirigidos a la comunidad universitaria o a los miembros del consejo universitario. Son también mensajes políticos a actores relevantes de los entornos locales y nacionales: gobernadores, funcionarios federales, exrectores, dirigentes empresariales, líderes políticos, funcionarios estatales o municipales. Se trata de ejercicios de legitimación de la gestión rectoral como representación de la cohesión de la comunidad universitaria frente a otros actores regionales, medios de comunicación, observadores y simples curiosos.

La dinámica del ritual tiene su encanto. Bien visto, es una mascarada, la ocasión para que se utilicen los atuendos y disfraces adecuados para momentos especiales como son los informes rectorales. Amigos y adversarios se saludan, hay abrazos y risas, miradas serias, indiferencias que revelan pleitos viejos, competencias silenciosas, acercamientos con los liderazgos universitarios para hacerles saber que están ahí, acompañando los grandes momentos de la temporada. Hay que hacerse visibles, enviar los mensajes apropiados a la gente indicada, moverse entre la multitud para hacerse notar, para conversar, para planes de reuniones futuras o recordar momentos felices del pasado remoto o reciente, para solicitar pequeños favores a quien puede concederlos.

Una muestra de ello lo fue el quinto informe que el rector general de la Universidad de Guadalajara rindió la semana pasada. Reunió los ingredientes básicos de todo ceremonial de poder institucional: política, espectáculo y narrativa. Asistieron invitados especiales (gobernador del estado, representante del gobierno federal, titulares del poder judicial y legislativo, de Anuies, dirigentes partidistas, líderes sindicales y estudiantiles), imágenes, audiovisuales, utilización de inteligencia artificial, exhibición de datos de crecimiento institucional. Hubo también música, cantantes, confeti, un ambiente de fiesta, celebración y alegría. A pesar de que los informes son dirigidos a los consejeros universitarios, miles de invitados de la comunidad universitaria y de la clase política local fueron convocados en el gigantesco Auditorio Telmex (una mole de cemento, cristal y acero que puede albergar hasta 10 mil asistentes), para participar en el espectáculo multicolor.

Pero lo interesante del informe se concentró en la retórica de los dos protagonistas del espectáculo: el rector y el gobernador. A poco más de un año del fallecimiento de Raúl Padilla -el poderoso exrector universitario-, las paces entre el gobierno estatal y la universidad fueron selladas con palabras, abrazos y sonrisas. El recurrente calificativo de “histórico”, los elegios mutuos, los reconocimientos y felicitaciones, resonaron en la magnífica acústica del auditorio donde han tocado en años recientes Bob Dylan, Rubén Blades, Joan Manuel Serrat, la Banda MS, o Christian Nodal, pero donde también se han escenificado El Baile de los Cisnes o, justo por estos días, Alicia en el País de las Maravillas.

La retórica de los rectores y gobernadores siempre revela sus capacidades y limitaciones, los perfiles de su formación política y de su educación sentimental. Luego de los episodios de conflicto del pasado reciente, y en el contexto de los resultados electorales del 2 de junio, el ambiente era de amabilidad, cordialidad y festejo. El rector Villanueva habló de los resultados “históricos” de su gestión: la reforma al sistema de pensiones, la creación de nuevas preparatorias y centros universitarios, el crecimiento de la matrícula universitaria, del número de investigadores, del papel del arte y la cultura, del “presupuesto constitucional” que le asegura a la UdeG una “verdadera autonomía” para el futuro, gracias a una iniciativa hecha por el propio gobernador Alfaro. El gobernador reconoció la “valentía” del rector, su capacidad, sus buenas relaciones políticas a pesar de diferencias, en circunstancias en que a veces han sido aliados y, en otras, adversarios. En el marco de los 200 años de la fundación de Jalisco y de los casi 100 de la refundación de la universidad (se cumplirán el próximo año), las palabras de Alfaro marcaron el cierre de un pleito que se alargó por casi dos años (2021-2023).

La interpretación política del informe es clara: al final de sus respectivas gestiones (el gobernador termina su administración en diciembre de este año, y el rector en abril del próximo), los representantes de ambas instituciones exhiben sus capacidades de negociación y acuerdo, y pavimentan con flores el camino para el próximo gobernador, o para el siguiente rector o rectora universitaria. Pero la ceremonia también anticipa los propios intereses, cálculos y aspiraciones de protagonistas y espectadores. En un contexto donde la política es el eje articulador de las más diversas causas, los encuentros y desencuentros de los actores del espectáculo forman parte de las siempre complejas hechuras de las relaciones entre gobiernos y universidades en las escalas subnacionales. Son estampas de poder institucional que ilustran las rutinas y los hábitos de personajes que son hechura de los tiempos, que buscan siempre las luces y reflectores de la Historia, y públicos que aplauden con entusiasmo sus palabras y gestos. Los informes como máximas representaciones simbólicas de las relaciones de poder y autoridad, en contextos siempre dominados por la incómoda música de fondo de la incertidumbre.


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