Una de las primeras tareas de quienes ganan elecciones es el nombramiento del funcionariado público. Luego de las campañas, giras, debates, el llamado de las urnas y demás menjurjes del proceso electoral, los gobernantes electos tienen que definir a quiénes deben invitar para formar parte de su gabinete, cuáles son los perfiles más adecuados, los que pueden garantizar eficacia técnica, prestigio público y lealtad política. Y eso nunca es tarea fácil. Aunque sea parte de las rutinas institucionales, el nombramiento de funcionarios gubernamentales es un proceso complejo, sujeto a presiones, restricciones y reconocimientos, o pagos, de lealtades probadas en el pasado remoto o reciente.
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