A 25 años de su opera prima, González Iñárritu
sigue buscando un singular transvase de los sentidos,
lograr que las imágenes y los sonidos se respiren y
transmitan la inasible sustancia del tiempo
Juan Villoro.
Por estos días, y por todo lo alto, se celebra el cuarto de siglo de Amores Perros, la multilaureada película de Alejandro González Iñarritu. Estrenada en Cannes, en mayo de 2000 y un mes después en México, para febrero del 2001 estaba ganando los premios de mejor película y mejor director, así como el de mejor guion (para Guillermo Arriaga) en Hollywood. Suerte de novato, ciertos críticos lo dijeron en aquel momento, sin dejar de reconocer en cierto sentido la calidad del film. Se trataba de la primera película de González Iñarritu como director y tenía 37 años. Ese lauro no sólo fue el atisbo de quien luego se reveló como un genio de la cinematografía mundial, sino el presagio de que formaba parte de una generación de cineastas que, con el nuevo siglo, irrumpieron en las pantallas de la cinematografía, televisión y multimedia de los últimos 25 años.
Junto con González Iñarritu (El Renacido y Babel), Guillermo del Toro (el Laberinto del Fauno, La Forma del Agua) y Alfonso Cuarón (Gravedad, Roma e Y tu Mamá También), a los tres, pronto el glamour de Hollywood los bautizó como “los tres amigos”. A ellos se han unido Guillermo Arriaga y Emmanuel (El Chivo) Lubenzki. Los cinco son sesentones, desde el decano (Arriaga, 1958) hasta el joven (del Toro (1964) y, entre todos, han obtenido hasta ahora 13 Oscares y muchas, pero muchas nominaciones en ese mismo espacio.
Dieciocho años atrás, cuando los cinco ya gozaban de fama en diferentes grados, escribí un artículo en su honor en este Campus ya veinteañero. Lo titulé /i>Cineastas Perros como un elogio a esa trayectoria en ascenso y a los premios que ya estaban ‘lloviendo’ para todos: los Bafta, (Reino Unido), Cannes (Francia), Goya (España), Arieles (México) y muchos más. Ciertos lectores desprevenidos no entendieron el elogio en el título, no les gustaba el calificativo “perros”, aunque, como ustedes verán, el sentido del texto era enaltecerlos, distinguirlos, elogiarlo… pero, aún así, la palabrita les resultaba chocante.
Para poner término a esa confusión, ahora recurro a lo que en mi querido Chihuahua nunca acarreó problema alguno. Perro es un término que también tiene el sentido figurado de “muy bueno”, “capaz”, “inteligente”, “astuto”. Así, todos tenemos (o debíamos tener) amigos(as) muy perros(as). Con este apunte aquí dejo a los lectores el texto original de ese artículo de (¡uff!) 18 años atrás.
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Cineastas Perros
El título alude al conjunto de mexicanos en el exterior que desde distintos oficios (directores, guionistas, actores y actrices, escenógrafos y técnicos especializados) han brillado do intensamente en los pasados dos meses con la obtención de premios en Inglaterra, España, Francia, ahora en Estados Unidos con motivo de la entrega de los Oscares. Aunque para esta ceremonia las expectativas eran más altas, lo cosechado en galardones no opaca los méritos, relevancia y reconocimientos ya obtenidos. No se trata de una racionalización ante el no cumplimiento de lo esperado. El espíritu de Manzanero (Qué importa vivir de ilusiones si así soy feliz) no tiene cabida; al contrario, sería un acicate para todo lo que puede venir en el futuro.
Pasada la euforia de estos dos primeros meses del año, en torno a los mexicanos que se desempeñan en el mundo de la cinematografía, cabría preguntarse: ¿Para qué pueden servir acontecimientos como esos? Y, sobre todo ¿Qué puede hacer México para que estos valores, ahora dispersos, puedan fortalecer la cinematografía nacional? En un mundo globalizado este grupo de mexicanos ha dado un campanazo mundial. De repente, con tres directores nacionales, el nombre de México se ha puesto en alto, aunque se trate de producciones que responden básicamente a capital internacional.
El acontecimiento permite recordar que el cine no sólo es una industria, la del entretenimiento, sino también una empresa de orden cultural que produce dividendos económicos y que proyecta las formas de vida, fantasías e ilusiones de individuos, grupos y naciones. Durante los años cuarenta y cincuenta el cine mexicano tuvo enorme presencia en el mundo hispanohablante. Esto se tradujo en una industria floreciente que, con apoyos estatales, alcanzó gran impacto en los espectadores de aquellas épocas, cosechando además algunos premios relevantes.
Muestra personal de ello es lo siguiente. A mediados de los años setenta, en un viaje ‘a ras de tierra’ (15 dólares diarios) por América Latina, me tocó palpar en centro y Sudamérica la vigencia de “lo mexicano” por aquellos lares. Los viejos o personas de edad madura, recordaban a María Félix, Jorge Negrete, Pedro Infante, Pedro Armendáriz y Cantinflas. Asistí a varias proyecciones de cine mexicano para saciar una nostalgia del país, pero también para sentir el gusto de observar cómo públicos distantes geográficamente se identificaban con aquellos filmes (fue inolvidable en Cochabamba, comprar un boleto de reventa para ver, desde una butaca numerada, Pepe el Toro).
La nueva generación de cineastas mexicanos, los que permanecen en el país, y los que han salido, son representativos de un nuevo México: desenfadados, alegres y plenamente conscientes del terreno que están pisando. Poco dados a “heroicidades” y a reivindicaciones nacionalistas, un ejemplo de ello: en la víspera de la ceremonia de los Oscares y ante el asedio de la prensa que auguraba mayores galardones, Alfonso Cuarón declaraba que sólo se trataba de una coincidencia, era la reunión de tres películas bien hechas, y que habían confluido en el mismo año. Así de simple.
No se pueden reeditar experiencias de los llamados años de oro del cine mexicano: el tiempo y las circunstancias son otros. Además, los ahora reconocidos pareciera que tienen un camino hecho, ganado a fuerza de talento y trabajo. Pero el momento debería aprovecharse para impulsar al cine mexicano. Como en tantas otras esferas de la vida pública, la intervención estatal es indispensable. No me atrevería a sugerir ninguna medida, misma que correspondería a los organismos rectores en esta materia, como podrían ser Conaculta o el propio Congreso de la Unión, para medidas que vayan en dirección de fomentar esta industria nacional. Pero, entre estas últimas: ¿Cómo se abren espacios para los nuevos realizadores, actores, actrices y profesionales? En una palabra: ¿Cómo se aprovecha esta cresta de la ola para fomentar el cine mexicano? (publicado el 1º. de marzo, 2007).
Carlos Pallán
Ex rector de la Universidad Autónoma Metropolitana (Unidad Azcapotzalco), Ex secretario General Ejecutivo de la Anuies.
