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(Contra)espacio en disputa

El florecimiento de elementos irruptores y antagonistas significan la germinación de un potencial utópico

Una flor en el asfalto es buena representación de este concepto.

El espacio está en permanente disputa, tanto desde las formas en qué es concebido a nivel político, como desde aquellas de las que materialmente construido. Su producción depende de las relaciones de poder que le permean, y a menudo, su configuración responde a patrones de violencias sistémicas normalizadas a nivel social. Comprender la producción del espacio implica mirar más allá de los análisis tradicionales enfocados en la pobreza, la violencia, o la desigualdad como factores aislados, reducibles a variables socioeconómicas.

Por el contrario, leer las problemáticas sociales desde la producción del espacio implica adentrarse en un entramado de relaciones antrópicas que reflejan la historicidad de las relaciones del poder político. Este poder configura los códigos, las narrativas y los discursos que asociamos con “la verdad”, la cual tiende a ser más política que objetiva, y que convierte en opaco lo diferente y antagoniza lo contrario, aun cuando la contrariedad imbrica una digna acción que florece de la indignación legitima.

Henri Lefebvre (1991) propuso en su teoría espacial dos conceptos clave para comprender la diferencia y la contrariedad: el espacio diferencial y el contraespacio. Estos se derivan de lo que Lefebvre denominó los espacios de representación, siendo estos aquellos pertenecientes a los habitantes, quiénes interactúan de manera sensorial con el espacio, y quienes lo producen activamente desde su cotidianidad, bien sea como vecinos, transeúntes, comerciantes informales, etc.

Tomando a estos últimos como referencia, suelen ubicarse en lugares que no estaban originalmente planificados para el comercio, pero estos actores apropian una práctica espacial diferente en ellos, un acto de intercambio mercantil no formal. Esta práctica es diferente a la intencionada en los planes y planos de la urbe, en donde las banquetas y callejones no se conciben como espacios para el comercio, pero la venta informal no es contraria al espacio concebido, pues este mismo sustenta toda su existencia en el intercambio de bienes y servicios, por lo que permite, aun con cierto recelo, la existencia de la informalidad comercial, en la medida que las escalas competitivas son desproporcionadas, y el comerciante informal no infringe en los intereses mayores del capital.

¿Qué es lo contrario, entonces? Partiendo de las mismas banquetas y callejones, tomemos en consideración los códigos que relacionamos con ellos: Son lugares para la transición, caracterizados por el grisáceo tono “neutro” del asfalto, compuestos de figuras rectangulares que venden una suerte de sensación de orden, intención y seguridad. Sirven como intermediario entre lo privado del hogar y lo público de la ciudad. Facilitan la movilidad de transeúntes de un lugar a otro, bien sea a pie o por un medio vehicular.

Lo contrario sería aquello que irrumpe en aquel orden, de manera directamente opuesta al espacio que allí ha sido producido, casi a la fuerza, entre la pugna entre planificadores y habitantes. Esa pugna en donde contrastan los designios del urbanista y el economista con las premuras del obrero, el estudiante, los venteros ambulantes. Lo contrario aquí no tiene por qué ser algo grandilocuente, sino que puede observarse, por ejemplo, en una flor que emerge de en medio de cualquier banqueta.

Su germinación agrieta el asfalto, dejando una cicatriz por su paso. Sus colores brillantes y variados contrastan directamente con el asfalto que procura asfixiarle, pero que fracasa en su esfuerzo por aparentar el dominio de la lógica humana sobre los impulsos del mundo natural. Su existencia no solo es accidentada en los designios del ser humano, sino que es un grito viviente y vibrante de la fragilidad instrumental del espacio concebido en favor del capital. Empero, la flor también es sumamente frágil, cualquier pisotón implicaría su desaparición, pero aún con esa fragilidad, guarda el potencial utópico para convertirse en una pradera, en algún futuro imposible, pero visible en un sueño fugaz. Allí, en el intersticio que se dibuja entre utopía y rebeldía por la autonomía, es donde existe el contraespacio.

Este concepto es de utilidad para comprender como un espacio antagonizado por los designios de la lógica espacial imperante guarda en su seno la configuración de un potencial contraespacio, y, por ende, de un esfuerzo reivindicatorio configurado en torno a dos elementos: un sueño o potencial utópico y un grito por la autonomía espacial. El florecimiento de un contraespacio significa la germinación de una rebeldía espacial, una disidencia en potencia de la instrumentalización del espacio, y del designio pseudodivino (asumiendo al capital como deidad) de las ciudades.

Leer al contraespacio es entonces revelar la desigualdad en razón de la injusticia socioespacial, y del reconocimiento de unas narrativas contrarias a la producción estandarizada del espacio. Permite comprender a los sujetos colectivos y sus luchas desde una perspectiva sensible, histórica y dialéctica por una esperanza contradictoria que florece ante el orden espacial hegemónico y sus violencias intrínsecas.

Referencias
Lefebvre, H. (1991) The Production of Space. Blackwell.

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