Los tiempos turbulentos e inéditos que la humanidad ha presenciado en meses recientes han resultado en un cuestionamiento general acerca de la solidez y capacidad de respuesta de diversas instituciones de nuestras sociedades, incluidas las universidades.
Hoy se cuestionan estudiantes si la incapacidad de asistir a los campus universitarios les está coartando la posibilidad de una verdadera formación y de la necesaria socialización con sus pares, los docentes si la interacción en el salón de clases es sustituible por una pantalla o si es posible realmente evaluar el aprendizaje a distancia, los investigadores si podrán continuar el ritmo de su trabajo científico debido al limitado acceso a sus laboratorios, los padres de familia si es correcto pagar las mismas colegiaturas dado que los estudiantes no están accediendo a la totalidad de los servicios universitarios, las autoridades institucionales si pueden mantener a flote las universidades en tan extraordinarias circunstancias y debido a los brutales descensos en ingresos, los empleadores si los egresados de las universidades contarán con las habilidades necesarias para una nueva realidad compleja y también las autoridades gubernamentales se preguntan si las universidades merecen trato diferencial ante la urgencia de atender múltiples prioridades en el contexto de la masiva contracción económica que afecta a prácticamente todas las economías del planeta.